«Renací para el cine en España gracias a mi papel en 'Nueve reinas'»

PACHO RODRÍGUEZ

SANTIAGO

Que él esté en una película suele ser garantía de éxito.I

10 jun 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

| Pues sí lo es. Ricardo Darín es cercano, tan próximo como ese alguien a quien crees conocer de algo. La imagen que transmite desde la distancia viene reafirmada en el primer plano de la conversación. Confirma la pregunta que hace todo el mundo: ¿es tan natural como parece? Al menos, en materia de promoción, es de los que no se salta una mirada, una sonrisa, algún gesto que hace que el que pregunta, sea en solitario, en grupo o comparecencia pública, se sienta un poco cómplice de lo que cuenta. Es decir, que le gustará coincidir con sus planteamientos. Ahora, eso sí, como dirían los clásicos catódicos, él vino a España a hablar de su película. Y colocará sus frases estratégicas cuando considere oportuno. Dejará fluir el diálogo, pero con la sensación de que Ricardo Darín tiene claros los mensajes que lanzar. Ha creado escuela y, de hecho, cuenta que tiene un hijo que sigue sus pasos y estudia para ser actor.

La película de la que habla es Un cuento chino, un proyecto de los denominados pequeños que ya ha facturado un millón de espectadores en Argentina. Que sigue la estela del cine de aquel país en esa dirección en la que se pretende divertir y emocionar desde lo cotidiano. Aquí lo común es que el personaje que interpreta Darín se encuentra con un chino. Luego la trama se desarrolla en esa especial relación que surge, y todo el contexto social argentino, traspasable aquí y reconocible para todo el mundo. Darín es Roberto. Y Roberto es tacaño, huraño, un tipo encerrado, dispuesto a que nunca más le engañe el sistema.

Lo cierto es que Ricardo Darín es una marca de referencia del cine argentino. En España se le descubrió a través de Nueve reinas. Y se consagró con El hijo de la novia. A partir de esos dos títulos fundamentales, Darín se ha convertido en una garantía de éxito, aunque él asegura que a veces solo puede dar un empujón a los proyectos. Esos en los que hay riesgo y apuesta, con vocación artesanal e independiente. En ese terreno asegura sentirse como pez en el agua. Y a día de hoy, Ricardo Darín se deja ver como un tipo de 53 años que camina por la madurez con cara y sonrisa de pillo. Con ojos claros y ojeras que no esconde. Como si dejara entrever que le quedan muchos otros papeles nuevos por hacer. Porque Darín siempre tiene planes. Y aunque no lo dice, parece seguro que su cuasi franquicia española le esperará con los brazos abiertos. Así lo ha hecho en teatro o en cine.

-¿España le crea las mismas expectativas que usted genera cuando viene aquí?

-En España es todavía mejor que allí, me siento muy querido. Y siempre digo en serio, aunque la gente se cree que es broma, que en España se me respeta más que en mi país porque no conocen mi pasado. Hice de todo. La gente se cree que solo he hecho cosas buenas. Aquí he hecho de todo, barbaridades, pero siempre me han tratado bien. Yo renací en España con Nueve reinas. No quiero que suene a zalamería. La gente me ha tratado siempre muy bien, de forma educada. Eso te da mucha tranquilidad.

-Ahora promociona «Un cuento chino». ¿Qué espera que pase en España con esta película?

-Es una historia muy pequeña. Casi un incidente. Un ferretero que se encuentra con un chino y que se ven abocados a vivir juntos sin poder apenas comunicarse porque ninguno de los dos entiende el idioma del otro. En realidad, es una fábula y una sátira. Porque lo que se cuenta es que nos están engañando continuamente. Por eso hay el juego de palabras del título. En Argentina, cuando te cuentan algo que no te puedes creer, no decimos ni cuento, decimos: «Eso es un chino». La película en Argentina ha funcionado muy bien. No nos esperábamos tanto éxito. De hecho, Un cuento chino apareció con pocas copias y la gente la empezó a recomendar y se fueron sumando salas y así alcanzamos un número tan importante de espectadores.

-Las cosas que les pasan a los personajes se sitúan en las dificultades de la realidad del sistema. ¿Querían contar que hay asuntos comunes tanto para un chino como para un argentino o un español?

-Mi personaje, Roberto, es una persona que cambia su vida para adaptarse a alguien con el que no es capaz de intercambiar una sola palabra. Eso es una cosa hermosa. Luego está que nos hemos acostumbrado al mal menor, a que nos engañen con las cosas pequeñas. Y es cuando se empieza a perder. La escena en la que cuenta los tornillos y ve que siempre le faltan dice eso. Nos engañan continuamente, pero, como siempre andamos ocupados, no pasa nada. Admiro de Roberto esa tozudez y franqueza que lo hace políticamente incorrecto. Pero no tengo nada que ver con él.

-¿Comparte esa indignación, ahora tan de actualidad, por otra parte, con su personaje?

-Como indignado, Roberto no soportaría a nadie tan indignado como él. Lo que me llama más la atención es cómo nos hemos acostumbrado a las anomalías. Yo soy más de diálogo que de indignación, pero lo que ha pasado en España es el inicio de algo que tendrá repercusión mundial. Hay temas que nos tocan a todos: disconformidad con el sistema, enojo con los malos tratos, la obsesión por defenderse y resistir. En lo que no tengo que ver con él es en el temperamento. Aunque lo entiendo, teniendo en cuenta los antecedentes que nos cuentan.

-Volviendo a su personaje, ¿cómo se ha sentido en un papel en el que no hace de galán y sí de un personaje tacaño metido en su mundo?

-La figura de antigalán me resulta agradable. Será porque un papel de antigalán es más coherente con mi realidad? Yo creo que este personaje conecta porque es un tío que tiene un problemita, y en Rusia o acá o en Argentina, se entiende y alguien se verá reflejado. Conecta con esa situación en la que se ve que el sistema no funciona, y aunque no tenemos opciones de cambiarlo sí tenemos el chance de hablar de ello.

-¿Tiene ahora mismo proyectos confesables?

-Tengo un proyecto allá, que puede terminar viniendo a España, que es de teatro, pero tengo que encontrar las fuerzas y el tiempo para atreverme a hacerlo. Tengo también una película pendiente de asuntos complicados de financiación.

-¿Pero usted no es de los que pone en pie proyectos con su sola presencia?

-Qué va. En ese caso fui una mínima garantía para que el proyecto se llevara a cabo aunque fuera en condiciones paupérrimas. Todo hay que decirlo. Pero ahora falta el empujón final, porque ya está hecha. Están esperando. Se llama Delirium argentinum, y es, como su propio nombre indica, un delirio.

-¿La guerra de Las Malvinas sigue presente en la realidad argentina? En la película parece que es así.

-Eso entra dentro de las mentiras que nos cuentan. Yo recuerdo que nos decían: «Estamos a punto de ganar la guerra». ¡A Inglaterra! Pero ¿estamos locos? El personaje representa un absurdo. Pero dentro del más absurdo posible que es que Argentina entrara en conflicto bélico con Gran Bretaña ¡por mar! Al analizar este hecho nadie lo calificaría de absurdo, sino de grave. Pero es absurdo. Como tener que escuchar a unos delirantes al frente del Gobierno decir: «Estamos a punto de ganar la batalla». Y que fueran vitoreados en la plaza de Mayo.