Cómo forrarse en medio de la catástrofe

Por Fernando Salgado

SANTIAGO

Alessio Rastani conoce el «modus operandi» de los grandes depredadores, pero fracasará por indiscreto y deslenguado. En tiempos de penuria y economía de casino, el éxito consiste en apostar con dinero ajeno

02 oct 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Mientras la mayoría tiene pesadillas por no saber cómo llegar a fin de mes, Alessio Rastani sueña con una segunda recesión. Quiere forrarse en el territorio devastado por la catástrofe. Sabe que, entre los cascotes, existen oportunidades de negocio suculento. Pero este francotirador no lo va a lograr, a pesar de que tiene cualidades. Conoce el modus operandi de los depredadores, rebosa avaricia y no anda desencaminado al revelar la identidad -Goldman Sachs- de quiénes gobiernan el mundo. Su único flanco débil es la falta de discreción. Alessio Rastani es un deslenguado y los tiburones a los que quiere emular son tremendamente silenciosos: acechan a la víctima, huelen la sangre y en un santiamén, ¡zas!, lanzan el ataque fulminante. El gran especulador se mueve, además, en las aguas turbias del rumor interesado, la información privilegiada y el conflicto de intereses. No aparece bajo los focos de la BBC. Las aves carroñeras se dan un festín con los despojos, pero no se pavonean.

1. El método: ¿cómo ganar cuando la mayoría pierde?

La fórmula ideal de un inversor tradicional es idéntica a la de cualquier comerciante que se precie: comprar barato, vender caro y recoger beneficios. Sin embargo, la fórmula no sirve en plena recesión: se puede comprar barato, pero es probable que el activo continúe depreciándose y al venderlo se incurre en pérdidas. ¿Qué hacer, entonces, en época de crisis? La ingeniería financiera y sus sofisticados productos -esos que Samuelson denominaba «monstruos Frankenstein»- han venido en auxilio del tiburón. La maravillosa magia ha descubierto el truco para tiempos de penuria y economía de casino: apostar con dinero ajeno. Se pide un activo en préstamo, se le ordeña y, una vez exprimido, se devuelve al prestamista. Veamos el esquema.

El especulador -un hedge fund, por ejemplo- se dirige a la ventanilla del banco y pide en préstamo las acciones de la compañía X depositadas en la entidad. Las vende en Bolsa y, si la cantidad es suficientemente elevada, hunde las cotizaciones. A renglón seguido recompra los títulos al precio más bajo, los devuelve al banco, junto con la correspondiente comisión, y se embolsa la diferencia entre el valor de venta y el valor de compra. ¿Quién ha perdido? Obviamente, el legítimo propietario de las acciones que custodia el banco.

2. Modelo 1: ¿cómo venció Soros a la libra esterlina?

Sustitúyase en el esquema citado el mercado bursátil por el mercado de divisas y se comprenderá el origen de la leyenda de George Soros. El mítico especulador húngaro olisqueó la sangre en 1992. El Reino Unido atravesaba una profunda recesión y su política monetaria estaba encorsetada por el Sistema Monetario Europeo, embrión del euro que solo permitía mínimas fluctuaciones del tipo de cambio de las monedas nacionales.

En ese escenario propicio, el Quantum Fund de Soros solicita un préstamo de 15.000 millones de libras esterlinas. Las convierte en dólares, una parte al descubierto con gran escándalo mediático. El pánico está servido. Legiones de inversores venden sus libras. El Banco de Inglaterra intenta, infructuosamente, defender su moneda. Al final, el éxito corona el asalto. El Gobierno británico devalúa un 15 % la libra esterlina y abandona el Sistema Monetario Europeo. Soros devuelve el préstamo, cuyo principal se ha reducido en dólares un 15 %: el botín de Quantum Fund.

3. Modelo 2: ¿cómo se enriqueció John Paulson con la complicidad de Goldman Sachs?

Dos años después, un joven ambicioso llamado John Paulson funda su propio fondo de alto riesgo. Una inversión de dos millones de dólares, un par de empleados y un mundo financiero que orbita al libre albedrío constituye su rampa de lanzamiento. A comienzos del 2007, Paulson no ha logrado aún abrirse hueco en el Forbes, pero observa que las carnicerías de Wall Street se dedican a trocear hipotecas de calidad heterogénea, algunas claramente incobrables como las subprime, y con la zorza elaboran embutidos de suma complejidad y altamente tóxicos. Las agencias de rating los consideran una delicatesen y, con esa garantía, las morcillas inundan los circuitos financieros. Pero a Paulson no lo engañan: sabe que se vende basura e intuye que la burbuja inmobiliaria está a punto de estallar.

Un inversor tradicional se hubiera mantenido alejado de tales productos como de la peste. Paulson, al contrario, ve la oportunidad de sacar tajada cuando se produzca el estropicio. Solo necesita un cómplice para realizar su apuesta y toca el timbre de la compañía que gobierna el mundo -Alessio Rastani dixit-: Goldman Sachs.

La asociación entre la compañía y el tiburón funciona a la perfección. Goldman crea las toxinas y las coloca a sus clientes. Paulson elige las más letales y apuesta a la baja contra ellas, no sin antes contratar una cobertura de riesgos crediticios -credit default swaps- con American International Group (AIG). El reparto de papeles se entiende mejor con una metáfora: Goldman Sachs vendía a sus clientes un coche fantástico, pero sin frenos, y John Paulson suscribía la póliza de seguros del vehículo. Y cuando este derrapó se llevó por delante a la AIG y a los clientes engañados por Goldman Sachs.

Epílogo: la aseguradora AIG quebró y el Gobierno -los contribuyentes- acudió a su rescate. Paulson cobró el dinero del seguro y abonó a Goldman sus servicios. En plena hecatombe financiera, el tiburón emergió con todo el poder. Se estima que la debacle ya le ha proporcionado unos 8.000 millones de dólares. Hizo realidad el sueño dorado de Alessio Rastani.