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La carrera del actor estadounidense, de nuevo en pantalla con «Misión imposible 4», es una mezcla de buenas películas y papeles para olvidar
30 dic 2011 . Actualizado a las 06:00 h.| «Solvente» es para un actor lo mismo que para un director «artesano». Dos adjetivos que uno no querría escuchar nunca. Pero si algo define la carrera -que va ya por los 30 años- de Tom Cruise es la solvencia: resuelve sus papeles con corrección y ha sabido trufar su irregular trayectoria con papeles de esos que se llaman serios y que sirven para, de vez en cuando, hacer olvidar historias sonrojantes como su Flanagan en Cocktail, gracias a directores de apellido Spielberg, Kubrick o Mann. Porque de ofrecer a gritos un poema desde la barra de un bar a interpretar al excesivo Frank T.J. Mackey en uno de sus mejores papeles (en Magnolia, de Paul Thomas Anderson), durante más de una década Cruise fue labrando una carrera en la que pasó de las paredes de las adolescentes de los ochenta, gracias a horteradas del calibre de Risky Bussines o Top Gun, a llamar la atención de la industria y la crítica no solo como un chico mono y muy atractivo para las taquillas, sino como solvente rostro en películas con bastante más enjundia, como Rebeldes, de Coppola, Rain Man, de Barry Levinson, o Nacido el 4 de julio, de Oliver Stone, pasando por esa escuela que tuvo que ser el rodaje de El color del dinero, película a mayor gloria del legendario Paul Newman.
Arrancó los noventa insistiendo en esa imagen seria, gracias al abogado de La tapadera, sin olvidar su vena de héroe de acción de la mano de la primera parte de Misión imposible (que ha dado para tres insulsas secuelas), y pellizcos tan aplaudidos y almibarados como el Jerry Maguire de Cameron Crowe.
La última deriva
Cruise cerró la década con la ambigua, irregular pero a ratos fascinante Eyes Wide Shut. Un rodaje más que difícil (nada raro si tenemos en cuenta que quien estaba detrás de la cámara era el genio de Stanley Kubrick, y a su vera, su todavía esposa, Nicole Kidman), y una película que supuso el testamento de Kubrick, el principio del fin del matrimonio y una larga temporada de escándalos, rarezas y caída al vacío.
Desde que Hollywood es Hollywood, una carrera no solo se hace ante la cámara. Y su defensa cerrada de la polémica Iglesia de la Cienciología, su azarosa vida sentimental y sus extravagancias (como saltar en directo en un sofá para proclamar su amor por Katie Holmes) lo han convertido en los últimos años en el hazmerreír del sector... y le costaron su relación de 14 años con la Paramount. En vez de hundirse, recogió las cenizas de la United Artist (hoy en bancarrota) y sigue adelante. ¿Lo próximo? Su primer musical, Rock of Ages.