Viaje al 23 de agosto de 1930 para estrenar el Compostela
01 sep 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Le he prometido a mi amigo Antonio Cancela, que es un entusiasta del coleccionismo y de las guías Michelín, que un día de estos sería la primera persona en viajar conmigo en la Vespa del tiempo. Esta vez no improvisamos. He afinado el circuito espacio-temporal y nos vamos a ir directamente al 23 de agosto de 1930.
-¿Llevas el esmoquin, Antonio?
-Planchado y listo. Y una chistera.
-¿Las invitaciones?
-En el bolsillo.
-¿Dinero de 1930?
-¿No lo llevabas tú?
-Es cierto. Aunque confío en que no nos haga falta. Siéntate atrás y agárrate fuerte.
El acto de inauguración está para las doce y el convite, que se celebrará en el amplio comedor, con capacidad para 150 invitados, para las 13.30.
-Si no te parece mal, nos materializaremos en una pista de Conxo que tengo controlada, para no llamar la atención. Después habrá que caminar.
-¡Vamos!
El milagro se obra de nuevo y aparecemos, despeinados, en un descampado. Ocultamos la moto en la maleza, nos ponemos los trajes de gala y caminamos hacia el pueblo; si conoces el territorio es fácil orientarse. Cancela está muy gracioso con chistera. Allá abajo dejamos el Cruceiro de Ramírez.
-«¡Ahí lo tienes, magnífico!», dice Cancela, emocionado por tener ante sus narices el edificio del Hotel Compostela, imponente. «El vestíbulo es amplísimo -explica-. Y el comedor, el no va más. Lástima que en el 2013 eso será una sucursal de Banesto».
-¿Habitaciones?
-Casi cien. Exactamente 98. Hay 62 que tienen bidé con agua corriente y 36 con cuarto de baño y váter contiguo a la habitación. Los precios van de ocho pesetas la más barata a setenta la más cara. Pero puedes comer a partir de dos pesetas. Si quieres pensión completa, de 20 a 25 pesetas.
Antonio es una enciclopedia de la hostelería de todos los tiempos, por eso no podía faltar a este viaje. Él y su hermano Juan son los mayores coleccionistas de Guías Michelín del mundo, y por eso se conoce al dedillo los establecimientos.
«¿Y tienen Internet en las habitaciones?», le digo.
-¿Internet? ¡Pero si estamos en 1930? Eres un cachondo. [Nos reímos].
Parados frente a la entrada principal vemos cómo la gente va llegando, todos de tiros largos. «Ese de ahí es don Segundo García de la Riva, presidente del consejo de administración del hotel -me explica Cancela-, será el que se encargue del discurso inaugural. Y ese otro, don Antonio Cominges Tapias, el arquitecto que ha diseñado todo esto. Ahí está el secretario del Patronato Nacional de Turismo, don Vicente Castañeda. Y esa que va con él debe de ser su señora, confío. Y aquel, sin duda, don Fernando Álvarez de Sotomayor, el director del Museo del Prado. ¡La crème de la crème, muchacho!
-¿Se notará que somos de lejos?
-¡Tú déjame a mí!
Con decisión, que es como hay que colarse en los sitios donde a uno no lo han invitado, Cancela da los buenos días, se saca la chistera y se la pone en la mano al portero.
-¿La invitación?
-Ahí tiene, mozo. Somos invitados de la Guía Misheelaaán [Michelín, pronunciado a la francesa]. Señores Cancela y Fole de Navia, anúncienos.
Antonio me mira con disimulo y me dice: «Lárgale una propina al chaval». Aflojo la mosca y entramos como Perico por su casa. En el vestíbulo no están todos los que son, pero todos los que están, son. Y el primero de todos, el arzobispo, Zacarías Martínez (morirá en el 33), acompañado de su familiar Pío Gil y del canónigo Villasante, que será maestro de ceremonias. ¡Chunda, chunda...! La Banda Municipal se arranca con la Marcha Real para remachar la entrada del padre Zacarías, al que reciben con todos los honores sus huéspedes en el Palacio Arzobispal, Álvarez de Sotomayor y Castañeda.
-¿Y ese, Antonio?
-¡El alcalde, Villar Iglesias! Y a su lado el señor Marqués de Pons y el capitán general de Galicia, Artiñano.
-Menos mal que te he traído, no controlo a casi nadie...
-Hay gente de la Universidad, anda por ahí el cura de Sar... Atento, que después te los anoto.
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