Oriol, pívot con alma de base, cierra dos décadas a pie de obra

Manuel García Reigosa
M. G. REIGOSA SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Emocionado en su despedida, se queda con los amigos, los recuerdos y el cariño recibido

24 abr 2015 . Actualizado a las 16:47 h.

Han pasado casi veinte años desde que Aíto García Reneses hiciese debutar a Oriol Junyent en aquel Barcelona de Montero, Andrés Jiménez, Karnisovas y Middleton, entre otros, al que un tapón ilegal de Vrankovic privó de su primera Copa de Europa. Aquel curso estaba en el equipo azulgrana de EBA y se asomaba ya al plantel profesional.

Después también pasó por el Fuenlabrada, el Granada, el Alicante, el Estudiantes, de manera efímera por el Valladolid, y por el Obradoiro. E hizo alguna escala en la LEB, con números de alto rango y con ascensos en las filas del Zaragoza y el conjunto santiagués. Hay un común denominador a todas las etapas: el baloncesto. Oriol ha disfrutado del juego y siempre ha puesto al equipo por delante de las individualidades. Esa huella queda ya indeleble en la hora del adiós, y así se la reconocieron el consejero del club Óscar Rodríguez, el entrenador Moncho Fernández, y su sucesor en la capitanía, Rafa Luz (otro a quien dio la alternativa Aíto, con 17 años). «Ha sido mucho más que un jugador y cuando uno da mucho más de lo que se le pide, es de agradecer», resumió el mandatario; «Uri es compromiso, he sido su último entrenador profesional y para mi es un honor y un orgullo», comentó el técnico; «se acaba la carrera de un grande, como jugador y más allá. Estuve dos temporadas con él y después de cada una alguien triunfaba, como fue el caso de Salah o de Muscala, y esa es la imagen que tengo yo de Uri, la de alguien que piensa mucho más allá de su papel», apuntó el base.

Y llegó el turno del veterano pívot, que intentó, como tantas veces, distender la carga emotiva. Lo hizo pidiéndole disculpas a Rafa Luz por hacerle madrugar. Pero, al entrar en faena, y pese a llevar el discurso preparado, se le escapó alguna lágrima. Todo se resume en sus últimas palabras: «Me siento un hombre muy afortunado. Tengo que colgar las zapatillas, pero me llevo mi bolsa cargada de cariño, buenos amigos y más de veinte años de grandes momentos que no olvidaré nunca. ¿Qué más puedo pedir?».

Incógnitas de futuro

De momento, seguirá en Compostela hasta el penúltimo partido de Liga en Sar, ante el Málaga. Se adelanta quince días la fecha inicialmente prevista para retirar su camiseta y que la afición le rinda homenaje. Pasará el verano en Granada y lo más probable es que regrese a Bertamiráns, su lugar de residencia estas últimas temporadas. De momento no sabe qué hará en el futuro.

Recordó que su deseo hubiese sido seguir más tiempo en activo. Y, hasta aquella lesión que sufrió en febrero del pasado año, ante el Joventut, se veía con fuerza y condiciones para continuar dando guerra. Como está siendo el caso de Panko o Savané, solo uno y dos años más jóvenes que él. Tenía como referencia «al gran Chichi Creus», que echó pie a tierra con 42. Y sin perder de vista a Middleton, que disputó su último encuentro en la ACB con 44 años. Oriol tiene ahora 38, cerca ya de los 39.

Sea como fuere, le queda el consuelo de que en sus últimos partidos con el Obradoiro estaba rindiendo a un altísimo nivel. Aunque si pudiese elegir un momento, pediría algo parecido a lo que le sucedió a Alberto Herreros, que se despidió con un triple sobre la bocina que le dio una liga a su equipo.

Entona el adiós en un club con el que consiguió el ascenso y que desde entonces suma cuatro campañas consecutivas en la Liga Endesa. Tiene claro cuál es la clave de esa buena trayectoria: «Somos una familia y todos nos apoyamos, todos estamos en un mismo camino y a todos nos gusta el baloncesto».

Quien así habla es un obradoirista más, un maestro de la finta en la pintura, un pívot que veía el baloncesto sobre la cancha con los ojos de un base.