Es tiempo de desenlaces. Desenlaces con carpetazo judicial depurando responsabilidades pero que nunca conseguirán archivar en los más oscuros sótanos de la memoria de Compostela acontecimientos que mantienen encogido el corazón de la ciudad desde hace más de dos años y a los que aún hoy apenas logramos dar crédito. Ocasionalmente sucedió antes, con golpes tan duros como el atentado en Clangor, del que hoy se cumplen 25 años, o el asesinato de dos guardias civiles en el Banco de España en Praterías. Recordar estos terribles episodios con la distancia del calendario de efemérides no es reabrir viejas heridas sino contribuir, desde el pasado, a reforzar en el presente la solidaridad de los ciudadanos en torno a los valores sobre los que se asienta su convivencia en paz.
No es solo cosa de jueces. En esta fase de desenlaces, la sociedad tiene un protagonismo especial. Frente a Charo Porto y Alfonso Basterra, es juez porque emitirá un veredicto, pero también es parte porque el crimen de Asunta pone al descubierto lo más oscuro, lo más espeluznante del comportamiento de las personas, las que se sientan en el banquillo u otras de las que usted jamás habría sospechado. Alcanzar la certeza de un por qué inexplicablemente cruel es lo inquietante, y es lo que atrae el foco de toda España estos días a Fontiñas, morbo aparte. Esa certeza, si se revela finalmente, la recordaremos cada 22 de septiembre, una pesadilla que volverá para agitarnos contra lo más atroz de que es capaz la mente humana.
Aunque nos deja más fríos porque los padres no eran «de los nuestros», muy inquietante es también el caso del bebé muerto por asfixia en el hotel Puerta del Camino. El ingreso en prisión de la madre confirma las sospechas sobre la autoría del crimen, pero están sin aclarar las oscuras circunstancias relacionadas con las creencias del grupo gnóstico cuyo congreso trajo a Santiago a Marisol Raue, su marido y la hija de ambos.
Hay otros desenlaces inducidos por acciones individuales titánicas. Es el caso de los padres de Andrea Lago, que ayer dieron sepultura a su hija tras conseguir para ella una muerte digna. Lograron el final sereno, irreversiblemente triste y sin embargo esperanzador, que pretendían para la niña. Tuvieron que batallar para lograrlo y la demora no hizo otra cosa que prolongar el sufrimiento, el de Andrea y el de la propia familia. Pero su lucha sentará un precedente que, seguro, allanará el camino de otras personas.
Una vía llena de obstáculos judiciales y políticos es el que están encontrando las víctimas del accidente de Angrois y sus familiares. Para ellos la pelea está siendo larga, y más lo será porque no van a aceptar que se cierre la instrucción del caso sin más responsabilidades que la del maquinista del Alvia, Francisco José Garzón. El juzgado de Andrés Lago Louro no será su estación término.