Quienes repiten el tópico de que las Festas do Apóstolo son para turistas (y las de la Ascensión para compostelanos) debieran releer el pregón de Carracedo, que inauguró con sabiduría, brillantez y sentimiento esta quincena festiva de la que van a disfrutar por igual unos y otros. Xalleiro de nacimiento y compostelano de adopción y corazón, el ilustre convecino pregonó lo que en verdad es Compostela: ciudad nuestra y de todos, ciudad universal por haber sido a lo largo de los siglos una meta de acogida. A nadie debe extrañar que el Apóstolo pueda ser pregonado, como fue, por una reina del cuplé -esforzándose por hacerlo en gallego- como Sara Montiel (1988) o por el limpiabotas de Lavacolla, Alfonso González (2011), dos perfiles que personifican en el pregonero unas fiestas con el sesgo externo de una residente en el olimpo del papel cuché o el doméstico del vecino humilde y popular. Sin cuestionar lo más mínimo a ninguno de los moradores ocasionales de los balcones de Raxoi para cortarle la cinta al Apóstolo, sea cual sea su procedencia y condición porque lo importante es el mensaje -lo censurable es el uso político que puedan hacer los urdidores de las fiestas- me quedo con Carracedo, un llegado de fuera, como tantísimos en esta ciudad de aluvión, que aquí se formó y estableció para desarrollar sus capacidades pudiendo obtener incomparables ventajas en otros lugares donde los científicos tienen medios y reconocimiento social, y que con sus propios méritos contribuye a hacer más grande su comunidad, a elevar su universalidad. No hay fiestas de turistas o de compostelanos, sino una ciudad y sus gentes, todas sus gentes.