De Michael Ruffin a Corbacho

Manuel García Reigosa
M. G. REIGOSA SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

XOAN A. SOLER

El Obradoiro atraviesa el curso con mayor número de lesiones de los últimos siete años, en los que ha superado con éxito rehabilitaciones complejas

08 feb 2017 . Actualizado a las 08:36 h.

El Obradoiro Rio Natura Monbus es un constante desafío a la lógica, también en materia de lesiones. En esta temporada y en la anterior bajó la media de edad del equipo. De hecho, si antes de cada curso hubiese que realizar un estudio sobre el índice de riesgo de lesión, estaríamos hablando de las dos plantillas con mejor pronóstico. Pero los datos dicen que son las más castigadas, las que más percances suman. Y cabe poner el acento en lo de percance, porque la mayoría son contratiempos relacionados con el infortunio.

El ejemplo más claro lo protagonizó Waczynski hace apenas un año, cuando al intentar salvar un balón acabó cayendo sobre la valla publicitaria y sufrió cortes en la mano izquierda que le obligaron a pasar por el quirófano. No hay precedentes y difícilmente habrá nuevos casos, porque es casi imposible meter los dedos dónde acabaron los del escolta polaco.

Susto de Rosco Allen

El sábado, no obstante, algún espectador se temió que pudiese suceder algo parecido, cuando Rosco Allen voló para evitar un saque de banda y, tras chocar con la valla, volvió como si se hubiese peleado con un gato -como se puede apreciar en la foto-. Todavía nota el dolor en el brazo derecho cuando entrena.

Tomas Richartz, fisioterapeuta del equipo, puede hablar en primera persona de todas las lesiones en las siete últimas campañas, porque cada caso ha pasado por sus manos en el período de recuperación. Antes de hacer repaso, precisa que la suya es solo una parte del trabajo. «A mi me toca una parcela, pero también están el preparador físico, Rubén Vieira y antes Óscar Viana, la doctora Silvia Rodríguez y ahora Ángel Santiago, y el doctor Hermida».

Las pautas que siguen en apartados como la prevención y la propiocepción son exactamente las mismas cada curso. Sin embargo, esta campaña Richartz está más ocupado que nunca.

Solo Corbacho suma más de doscientas horas en la rehabilitación. Y es uno de los cinco jugadores que han tenido que parar, en el caso de Urtasun por partida doble, porque primero fue la rodilla y la semana pasada una fractura en un dedo.

De todos esos incidentes, solo la rotura fibrilar de McConnell es de las que podrían entrar en el guion, en la cuota propia de la acumulación de minutos, una lesión muscular de las que hay tantas a lo largo de la temporada en casi todos los equipos. La de Llovet, también muscular y mucho más grave, fue desencadenada por una fuerte contusión. La de Urtasun, por un manotazo involuntario de Whittington en un entrenamiento. La de Matulionis, por un mal apoyo. Y la de Corbacho, muy poco frecuente, en un gesto de los que lleva miles a lo largo de su carrera.

A Tomás Richartz no le pesan las horas. Confiesa una sensación contradictoria: «Por una parte, adoro mi trabajo. Cada recuperación de un jugador es un desafío. Por otra, lo mejor que le puede pasar al equipo es que no tenga mucho trabajo».

Hay lesiones de sota, caballo y rey, con unas pautas de recuperación muy definidas, tanto en plazos como en ejercicios. Hay otras más complicadas. La que recuerda como «el mayor rompecabezas» fue la de Oriol Junyent, que consiguió jugar pese a tener roto el ligamento cruzado anterior y el menisco dañado. De alguna manera, fue un desafío a las leyes físicas.

Reencuentro con la pista

Ahora, la de Alberto Corbacho también requiere un seguimiento y una atención mayúsculos, para un óptima recuperación del tendón rotuliano. Y es de los casos en los que resulta difícil hablar de plazos. «El objetivo -explica Richartz- es conseguir que vuelva al mismo nivel y evitar recaídas. Han transcurrido cuatro meses y ya queda atrás la etapa más aburrida y más frustrante para el jugador, la de trabajo en camilla, con mucho dolor».

Ya se le puede ver con los compañeros compartiendo las fases más suaves del calentamiento con los compañeros, correr el campo de lado a lado botando el balón y hacer pequeños saltos. «Poco a poco va haciendo ejercicios parecidos a los que se encontrará en entrenamientos y partidos», explica el fisioterapeuta.

Mucho más atrás en el tiempo, otro de los grandes desafíos para los servicios médicos, el preparador físico y el propio Tomas Richartz fue el que planteó Ruffin. «Venía de una lesión muy grave -recuerda-, una tríada en la rodilla más una rotura del peroné en espiral». El Obradoiro asumió el riesgo. Tardó otros dos meses en volver a las canchas. Y acabó siendo pieza clave en el ascenso. Tuky Bulfoni comentó aquel año, a la conclusión de la temporada, que jamás en su carrera había disfrutado de tiros tan liberados como los que se generaban cuando Ruffin estaba en pista.

Lasme recaló en Sar tras un largo período de inactividad después de dos lesiones en el quinto metatarsiano. Hummel fichó pese a haber sufrido una rotura de ligamento cruzado y una recaída al poco de reaparecer. Ya en Santiago, se le sumó un problema en el menisco de la misma rodilla. Y el club optó por esperar, en vez de rescindir. Kleber es otro de los jugadores que arribó con un historial de lesiones delicado. Los tres salieron adelante, ofreciendo un grandísimo rendimiento.