Observar la estampa de las plazas do Toural y As Praterías con sus camiones y furgonetas ahogando el recinto monumental inspira de todo menos odas al patrimonio de la humanidad. Qué difícil es vivir. Porque de eso se trata, de que unos sectores se buscan la vida de una forma, y otros de una manera diferente. El objetivo es oscilar los movimientos hasta lograr la coincidencia astral.
Pero los astros están allá arriba y el bullicio desordenado aquí abajo, y lo único que se consigue aquí es la coincidencia astrosa de coches. Es bastante complicado encontrarle puertas al problema. En el centro histórico entran vehículos de todos los tonelajes y octanajes en auténticas procesiones que se recrudecen en las horas en que menos falta le hacen al casco viejo: entre las 10 y las 10.30. El hombre de mundo sabe que de los Pirineos en adelante las camas están deshechas a horas del alba que aquí son consideradas de maitines. Y la luz temprana les entra a los visitantes a raudales por sus retinas, aún apagadas en el personal de aquí. En lenguaje cristalino significa que a las 10.30 de la mañana los visitantes, en especial en el estío, ya han tenido tiempo de admirar buena parte de la monumentalidad por laberintos motorizados y callejuelas creadas por los camiones. Y entre gamas de bocinas.
Muchas fotografías del patrimonio de la humanidad viajan a los orígenes del turista con una rica variedad de marcas de bebidas y naranjas de fondo. Si llegan a la Unesco, a este organismo le da un patatús más agudo que la visión del teleférico. No es tan fácil lanzarles a los turistas la frase (que se j...) que Andrea Fabra le escupió en el Congreso a los desempleados, porque vivifican y monetizan el centro histórico. Y la Unesco lo en el mapa del patrimonio mundial como plus oro para contemplarlo y compartirlo.
No como parque temático. Como ciudad histórica viva. Y ahí tropieza el mundo divergente del casco antiguo. La imagen del maltratado centro histórico induce a las autoridades a adelantar el horario de carga y descarga, ya que no es de recibo, y los residentes empujan para retrasarlo. Y muchas persianas no se desperezan hasta el 10.00. Unos tiran hacia arriba, y otros hacia abajo.
El equilibrio siempre es el mejor molde vital. En el casco viejo se exige ser un auténtico equilibrista. Con red obligada debajo. No es aconsejable para Xan Duro volar como Pinito del Oro sin la red de las medidas que el magín libere para aproximarse, con el máximo consenso, a la coincidencia astral.
A la luz salió, y no indemne, la apertura de puertas de los locales. De existir una fiabilidad absoluta en el sistema de apertura que se imponga, sería la medida más razonable del mundo. Si el comercio abre tarde, en el verano claramente a deshora, alguien podría abrirlo temprano. La lógica invita al menos a poner la propuesta sobre la mesa para discutirla, como hace Raxoi. La invasión de vehículos abollando el enlosado y gaseando el casco histórico también toca la fibra (no la óptica, por desgracia) de la monumentalidad histórica. En la era del coche eléctrico, idear el reparto en vehículos de este tipo cae de cajón. Hallar la fórmula idónea requiere hacerlo en cónclave con la ciudadanía y sin fumatas. Únicamente la del cerebro político para dar con la central de distribución.
Los interrogantes se ha posado sobre la mesa del reparto y del tránsito en el casco antiguo: horarios, tonelaje, contaminación, ruidos, aparcamientos, estética, accesibilidad, colisiones con edificios... Raxoi empezó a poner medidas sobre ese tapete y muchos desean verlas en el circuito administrativo y ciudadano. Y no debe cortarse al abordarlas todas, discutirlas e implantarlas o descartarlas. Si Europa depara fondos y tecnología, el campo de juego se amplía.
Mientras, y recogiendo el sentir ciudadano, puede ir pensando Raxoi en facilitarle la vida a la gente en la era de las redes. Carece de sentido sustituir por equipos informáticos los ositos rosa de adorno sobre los escritorios. Sin megas, el centro es un paisaje megalítico. Y los residentes buscarán en extramuros otro más moderno.