No sé si con esto de que se acerca la Navidad mi cerebro está viajando al tiempo en el que creía en los Reyes Magos y el ratoncito Pérez, pero de un tiempo a esta parte no se me quita de la cabeza el soniquete del cuento infantil de «Un elefante, se balanceaba sobre la tela de una araña, como veía que no se caía fue a llamar a otro elefanteee...». De hecho, para atajar la cantinela tiro de acelerador y me encuentro, en cualquier contexto, balanceando a mil, cinco mil y hasta tres mil millones de elefantes, que nunca se caen de la tela de la araña.
Y claro, dependiendo del día me imagino que soy el elefante, la tela irrompible, la persona que toca el organillo de la canción o de la que le pregunta a la araña qué come para tejer un hilo tan resistente. Una vez que mi cerebro ya se paseó por todos los roles de la cantinela, a la masa gris que me queda se le da por trabajar y buscarle una explicación a este entuerto.
Y qué quieren que les diga? Pues que no me gustan ninguna de mis respuestas, sobre todo al darme cuenta de que la pregunta fundamental es la de hasta cuando aguantará la puñetera telita de marras. Sobre todo si pienso en las expresiones de que hay mucha tela que cortar, o en la de vaya tela! y la aplico a la realidad más inmediata, esa que arranca cada día leyendo correos electrónicos, mensajes en redes sociales, publicidad navideña, anuncios publicitarios, notificaciones del banco, candidaturas electorales, primarias (de PSOE, Podemos, En Marea....), encargos de lotería, recibos pendientes de pago, respuestas imposibles a circunstancias inimaginables, grupos de wasap...
No sé porque no elegí ser la contadora de elefantes.