Piedra está acostumbrado a trabajar con estudiantes, una población flotante que en los últimos 20 años ha ido a menos. Pero, «cada vez regatean más los precios. Por 20 céntimos te llaman ladrón», dice. Él, que vivió en el año 1987 en la calle más universitaria, Santiago de Chile, recuerda que «si dormíamos era porque estábamos rendidos. Entonces sí que había juergas y la gente no protestaba».
Nunca olvidará el primer Año Nuevo que se dio el lujo de cerrar el Galicia: «Pusimos un letrero en la entrada y a las cuatro de la mañana, dando un paseo con la mujer, vimos la calle colapsada». En otra ocasión, vieron cómo un chaval se iba con uno de sus taburetes, pero había tantos clientes en el local que fueron incapaces de alcanzarlo. ¿Broncas? Las hubo, aunque nunca llegó la sangre al río. De hecho, Pepe explica que no llegó a presentar denuncia por la última agresión que sufrió su personal por parte de un joven alterado, aún habiendo un vídeo de lo sucedido: «Era menor y uno se pone en la piel del padre del chaval, así que lo dejé correr».
Después de 54 años al pie del cañón, el teense no piensa todavía en la jubilación: «Estoy esperando por la mujer. Si no, ¿qué voy a hacer yo solo y sin trabajar? Solo fui dos veces a la playa aunque trabajaba frente a ella (en Bondi). Y, cuando compré el Galicia, no sabía ni donde estaba el Ayuntamiento, porque no salía de aquí». Eso sí, dice que ha aprendido «a saborear las cosas buenas, como el marisco o el vino. Como la canción, Despacito». Siendo del Real Madrid, lleva con orgullo que lo llamen el Mesi de las pizzas. Y es que la churrería, muy a su pesar, no tiene la salida de antes: «Cada vez piden menos churros, aunque en el Apóstol podemos vender un millar».