Pilar Fernández: «Chévere gestó el proyecto de la Sala Nasa en el Atlántico, era su oficina»
SANTIAGO
La copropietaria y gerente del Pub Atlántico está afincada en la zona de San Pedro, descubrió en Belvís su propio remanso de paz
02 sep 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Todo el que frecuente la noche compostelana conoce el Atlántico, un pub que se convirtió en un punto de encuentro habitual de artistas y cineastas. La gerente y copropietaria de esta segunda casa del mundo escénico es Pilar Fernández García, una mujer resuelta, de ojos claros, nacida en A Coruña. Creció en Monte Alto, con el mar como telón de fondo de los juegos y gamberradas de la infancia. Llegó a Santiago a finales de los años 80, «por amor», declara. En la capital gallega fundó junto a su pareja, Guillermo Nodar, en 1988 el popular local de la rúa da Fonte de San Miguel. Conservaron el nombre del anterior, aunque le imprimieron un marcado carácter cultural y musical. De hecho, «Fran Narf fue nuestro primer cliente y primer camarero», cuenta. «He tenido la fortuna de escuchar sus versiones de Los Beatles hasta las tantas de la noche», añade con expresión melancólica.
«Por aquel entonces, en el casco histórico no se pinchaba rock. Sonaba, sobre todo, folk. La gran mayoría salía en la zona nueva y la parte monumental era un reducto para cuatro raros, artistas y bohemios; aunque en aquel momento sí estaba poblada. Vivían muchos estudiantes, que pasaban aquí los cinco años de la carrera y hacían vida. Eso animaba mucho la ciudad. Algunos no tenían ni tele en la casa y todo germinaba en los bares», recuerda.
La compañía Chévere, que acabó recibiendo el Premio Nacional de Teatro en el 2014, encontró en el local de Guille y Pili su centro de reuniones. «Montaron en el Atlántico su primera oficina y yo fui su primera secretaria», señala esbozando una sonrisa la hostelera y sumiller, quien con orgullo puede afirmar que «Chévere gestó allí el proyecto de la Sala Nasa», que marcaría una época.
De Tosar a Bardem
«Las noches siempre son un momento muy creativo», añade, al tiempo que reconoce que siempre sintió una gran atracción por la gente creativa. Y fue testigo, en primera fila, del nacimiento artístico de actores de la talla de Luis Tosar (amigo y padrino de sus dos hijos, cuyos goyas se celebran como finales de Champions en el Atlántico). Oyó los primeros monólogos Quico Cadaval y Carlos Blanco, antes de ser reconocidos entre los mejores narradores. Camila Bossa entró a formar parte de su familia y disfrutó como una niña con las historias de mayo del 68 que contaba Pilar Pereira, entre otras muchas caras conocidas con las que tuvo contacto en este tiempo. Hasta el mismísimo Javier Bardem llegó a cruzar la puerta de su negocio, tras simpatizar con Tosar grabando Los lunes al sol.
Lleva 31 años detrás de la misma barra, pero Pilar Fernández, que viene de una familia de hosteleros, sigue disfrutando de lo que hace, dice: «Tuve una lesión que pensé que me iba a apartar de ella, pero aquí sigo». Confiesa que hubo una separación temporal y probó suerte como funcionaria en el área de la justicia, pero echaba de menos el contacto con el público y «volví con más ganas aún».
Dicen quienes tratan a diario a Pili que es meticulosa, organizada, creativa y cercana. Ella añade que, como mujer, madre de dos niños y empresaria, es práctica: «Es difícil. Tienes que ir al grano. Hay que amortizar el tiempo».
Afincada en la zona de San Pedro desde su llegada a Santiago, ha descubierto en Belvís su propio remanso de paz. «Es lo más parecido a un paseo marítimo que encontré», suelta convencida. «Se oyen hasta los gallos. Es muy bonito y silencioso. Los atardeceres y puestas de sol desde aquí son preciosos y llegan esos olores a leña, al romero y otras plantas aromáticas que hay en los huertos urbanos que hicieron», continúa. Esta asidua al teatro, al cine y a los espectáculos en general, adora ir a conciertos, que ahora disfruta el doble acompañada de su hijo mayor.
«La hostelería de la ciudad creció y cambió para bien»
Más allá de la barra del bar, Pilar Fernández se dedica también a la producción de teatro y espectáculos. En la recámara de los buenos momentos guarda una obra que planificó junto a Chévere, Acibeche: «Era la época en la que estaban de moda los culebrones y montamos uno en Santiago. Fue una intervención en la ciudad en la que nos hicimos pasar por un equipo de cine que venía a rodar un culebrón. Fue muy gracioso. Miguel de Lira, cuando aún no era alguien tan conocido, hacía de director argentino y Narf puso la música. Cómo no, acabó en boda, en la Alameda. Convertimos la fuente en un pastel gigante y encima estaban los novios».
En 1995 puso en marcha las Noites de contos e lendas, que cada martes (ininterrumpidamente hasta el 2002) daban cita a todo aquel talento incubado en la generación de los 90. En un ambiente familiar, se estrenaron en el arte de la narración oral un sinfín de artistas. Desde Manquiña hasta Mofa y Befa participaron en el ciclo. Pilar recuerda que se convirtió en una tradición acabar la noche en el parque de Bonaval, cuando todavía no cerraba, contando los cuentos que se habían quedado en el tintero. Entre risas e historias, la familia se fue haciendo cada vez más grande.
Considera que «la hostelería de la ciudad creció una barbaridad y cambió para bien, tanto en el ocio como gastronómicamente, especialmente en el casco histórico». Ella se profesionalizó en la coctelería hace más de una década y era de las que hacía gintonics especiales y especiados antes del bum. En el Atlántico planea dar continuidad a la programación cultural y, avanza, prepara algo especial que mezclará magia y coctelería. Además, en invierno abrirá un nuevo rincón para catas y cursos a nivel profesional. Ella es de las que cree que el oficio de camarero hay que dignificarlo.