Una de mis incógnitas sin respuesta es ver en qué habría quedado la carrera profesional de Paco Martínez Soria si su trayectoria artística hubiese coincidido en otra época. También si simplemente hubiese trabajado en otro país en los que el séptimo arte dejó obras magistrales coetáneas a una de las películas cuyo nombre me acaba de venir a la cabeza durante este fin de semana: Hay que educar a papá.
Viene esto al caso por unas cuantas imágenes, que también vi en Santiago, de familias al completo paseando como un día cualquiera sin importar horarios y con un tibio respeto a esas distancias que nos dicen que tenemos que respetar porque así podemos ayudar a salvar vidas, que no es cualquier cosa.
Da igual el canal televisivo o portal de Internet que veas, radio que escuches o publicación que caiga en tus manos. En todas ellas nos achicharran con mensajes de horarios, turnos y edades que resulta difícil olvidar. Uno de ellos recuerda que las personas mayores, las más frágiles de la pandemia y que ahora pueden salir en horario limitado, tienen tatuado en el alma de que todavía no toca disfrutar de sus nietos porque tienen que protegerse.
La expresión triste que ayer exhibían algunos de ellos mientras contemplaban a familias con menores que no son las suyas a una imprudente distancia y en un horario en el que no tendrían que estar en la calle debería sonrojar a unos cuantos. Sobre todo si presumimos de que nuestra cultura no renuncia a dar esperanza a nuestros mayores hasta el final, ya que estar en casa a las siete es más fácil.