Vive la Iglesia católica compostelana tiempos de cambios, más en las personas que, sospecho y deseo, en la esencia. Es, en todo caso, un momento significativo por insólito. Se produce ahora el relevo al frente del cabildo de la Catedral al tiempo que la incorporación del obispo auxiliar, coincidiendo además con los veinticinco de años de Julián Barrio al frente del arzobispado y, por añadidura -y este no es asunto menor- la inminente entrada de monseñor en la edad de jubilación, que ya se sabe que en el caso de los prelados no sigue el mismo compás que en el común de los mortales.
Al cumplir el tope de ocho años de mandato, el canónigo Segundo Pérez cede el testigo de la presidencia del cabildo a José Fernández Lago, un testigo caracterizado por la apertura, la transparencia, la tolerancia y la receptividad a la sociedad, a toda la sociedad, que puertas afuera de la Catedral son señas de identidad tan valoradas, si no más, que su reconocida solidez intelectual. Cede Segundo Pérez unas responsabilidades que ha manejado superando serios problemas de salud y con mayúscula inteligencia, incluso en momentos críticos en los que se proyectaron recelos sobre él -y también sobre la personalidad eminentemente conciliadora de Julián Barrio- desde los sectores más inmovilistas de la archidiócesis. Solo así se entiende que la andanada de formal laicismo en el cuatrienio de Compostela Aberta al mando en el Concello quedase archivada sin estridencias en los anales de la ciudad.
El canónigo seguirá al frente de la delegación de Peregrinaciones, especialmente relevante en este bienio santo, como también lo será la previsible prórroga de Julián Barrio, a partir de agosto, como arzobispo. Así hay que interpretar los mensajes que envía el papa Francisco tras decidir la prolongación del año jacobeo y cubrir pronto con el ourensano Francisco José Prieto la vacante de auxiliar.