Desde un íntimo sentimiento de duelo evoco a mi amigo Agustín Jorge Barreiro. Lo hago recuperando la imagen viva de hace poco más de un año, cuando me uní con su extensa familia, de larga tradición académica en Compostela, en el homenaje que le ofreció la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid por su jubilación, en un ambiente festivo y emotivo tan ajeno al actual clima de infortunio.
La sesión solemne del 29 de noviembre de 2019 fue a la vez un reconocimiento en su paso a la condición de catedrático emérito de Derecho Penal y un tributo de sus colegas, colaboradores y discípulos por su trayectoria académica. El jurista teense, también catedrático emérito de la UAM, Gonzalo Rodríguez Mourullo, que fue su maestro, hizo una semblanza justa y brillante del profesor a través de un itinerario, en buena medida concomitante, que partía de Compostela y se consolidó en la nueva Facultad, en la que el profesor Jorge Barreiro fue desempeñando puestos hasta el Decanato, mientras desarrollaba su afán investigador en un relevante repertorio de publicaciones.
Agustín Jorge respondió a las laudationes de sus pares con un discurso inteligente e irónico, con la finura que le gustaba ejercitar, trasluciendo la satisfacción por haber cerrado con excelencia un fecundo período e iniciar otro que le permitiría mantener viva su pasión por la docencia y la investigación.
El magnífico libro homenaje que se le entregó, a cargo de un equipo de discípulos encabezado por su sucesor en la cátedra, Manuel Cancio, reúne más de un centenar de contribuciones sobre diversas ramas de su disciplina. Por especial deferencia a nuestra amistad fui invitado a participar, lo que hice con una rememoración de nuestra camaradería de infancia y juventud, de los anhelos compartidos en pos de la democracia y la paz.
Aunque distanciados en el espacio, seguíamos reuniéndonos en vacaciones para dedicar largas sesiones peripatéticas a pensar en voz alta sobre el devenir de la sociedad y la política y a comentar las últimas lecturas. Cuando llegue la Semana Santa, el verano, las Navidades, añoraremos la llamada que anunciaba su llegada, el abrazo apretado que, cada trimestre, sellaba nuestro mutuo afecto, el repaso a la actualidad paseando por la Alameda y el casco histórico, que eran su orgullo.
El dolor es intransferible y una amistad cultivada a lo largo de tantos años lo hace difícil de sobrellevar, pero el recuerdo de su figura en la tribuna del Paraninfo de Cantoblanco nos hace creer en la perdurabilidad de la dimensión humana de las personas.