Santiago se apunta al reciclaje de ropa

Margarita Mosteiro Miguel
marga mosteiro SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

Sandra Alonso

Los negocios para el arreglo y la transformación de prendas viven un bum impulsados por la concienciación de los jóvenes para reducir el consumo

19 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

En la época de nuestras abuelas era habitual que las costureras se desplazaran de una casa a otra para remendar ropa y para transformar aquellas prendas que aún tenían alguna oportunidad más. Con la llegada del prêt-à-porter y, especialmente, con la irrupción en el mercado de marcas que venden sus prendas a precios muy bajos, las modistas perdieron cuota de mercado. Sin embargo, en los últimos años, y de manera más intensa coincidiendo con la crisis económica derivada de la pandemia, empezaron a recuperar peso.

Las que atraviesan un mejor momento son las que se dedican al arreglo y transformación de prendas. En el gremio comentan que este bum no tiene que ver con la necesidad de ahorrar unos euros en la ropa, sino que está más relacionado con un cambio en la mentalidad de la sociedad de consumo. Son las chicas y los chicos los que más se apuntan a los arreglos, mientras que las personas de más edad prefieren renovar su vestuario.

María Cepeda, de la mercería de la rúa das Ameas que lleva su apellido, abrió el negocio hace cuatro años, con solo 28. Su intención al plantearse ser su propia jefa era conseguir hacerse un hueco en un sector en el que dice estar cómoda: «Trabajar en lo que gusta, es un lujo». Cuando solo llevaba dos años de actividad, llegó el covid para frenar en seco su evolución. «Al volver, después del confinamiento, hubo mucho trabajo. No sé si tuvo que ver con que la gente dispuso de tiempo para repasar sus trasteros o la ropa, pero aumentaron los encargos. También es cierto que fueron unos meses sin trabajo y se acumularon los pedidos». Asegura que «ahora que febrero es más flojo para todos, los arreglos me están salvando mi mes». María confirma que «el trabajo de los arreglos de ropa está en auge».

En cuanto a la evolución de este segmento, María Cepeda cree que puede estar relacionado con «una mayor conciencia entre las personas más jóvenes por la protección del medio ambiente. Crece la conciencia de que es mejor arreglar que comprar. El consumir por consumir está de bajón, pero no por un tema económico, sino porque la gente más joven está más concienciada con la protección del medio ambiente», insiste.

Mayores y jóvenes

María indica que entre las personas de más edad, «de más de 50 años, existe la idea de que los arreglos de la ropa eran baratos, y cuando les piden ocho euros por cambiar la cremallera de un pantalón se quejan, pero la verdad es que supone mucho trabajo». A su taller no llegan solo arreglos menores, como los de una cremallera o subir el bajo de una pantalón, sino también «transformaciones más importantes, como cambiar totalmente una prenda».

María Cepeda revela que tiene clientas que compran ropa buena en internet, a buen precio: «Piden una talla grande y luego la arreglan. Es una buena opción».

Entre los clientes que antes no abundaban en este tipo de comercios y que ahora se apuntan están los hombres. «Vienen chicos que nos traen el pantalón para ponerle un parche o cambiar cremalleras. Tengo uno que me trajo una cazadora para darle un cambio, y ya vino con otra. Le puso una tela estampada en el canesú, y quedó genial», explica María.

Si los arreglos están en auge, la confección sigue siendo casi exclusiva de quienes tienen más poder adquisitivo. «Tengo una clienta que hace todo, pero puede permitírselo. La gente se resiste más, y eso que no se cobra por el trabajo. Si compras la tela, 50 euros, y la modista cobra 80 por un vestido, que es poco, les parece caro», explica María.

XOAN A. SOLER

«Hay mucho trabajo en negro, pero las que estamos en un comercio damos más garantía»

El rincón de Charo se fue de la rúa Nova, donde llevaba más de 20 años, y ahora ocupa uno de los bajos de las galerías del edificio Zafiro. Con el cambio no solo gana espacio, sino una mejor distribución del mismo, comenta Charo Pérez. «Cuando empecé hace más de 20 años, todas las modistas estaban en casa. Era una novedad que las clientas nos vieran trabajar. Fue una apuesta arriesgada, pero acerté». Explica que todavía hoy muchas modistas «siguen estando en las casas. Hay mucho trabajo en negro, y las que estamos en los comercios tenemos unos gastos que no tienen las que siguen en las casas. Pero, las que estamos en un comercio a pie de calle damos más garantía». Charo aprendió el oficio «como se aprendía antes: me pasaba los veranos en un taller, y aprendí desde cero. La intención no era dedicarme a la costura, pero la vida da vueltas, y echando la vista atrás no me arrepiento».

Ahora, una vez superados los meses más duros de la pandemia —«cuando no se movía nada, la gente no salía, así que no necesitaba ropa»—, Charo está recuperando un ritmo más normal de trabajo. A su taller llegan más clientas para arreglar o transformar prendas que para confeccionar una nueva. «No solo cosas pequeñas, porque cuando estás a gusto con una prenda quieres alargar su vida. ¿Si adelgazas, por qué tirar un pantalón o un vestido si lo puedes arreglar? Siempre vale la pena arreglar, pero hay que ir donde saben hacerlo», defiende Charo.