Fue parada obligada para los sabios del Camino antes del bum de los 90
21 mar 2022 . Actualizado a las 19:11 h.El bar Suso siempre estará en la alineación mítica de la Rúa do Vilar junto al Patata (Negreira), el Sobrino (conocido por los Tumba Dios) y el Carballeira. Tiene 75 años, y es el único que sobrevive de aquella generación de locales cuyos propietarios marcaban el carácter del negocio. Suso Quintela, que falleció hace una década con 94 años, era todo un personaje. En cada conversación regalaba unas risas o una lección, o ambas cosas a la vez. Tenía sus teimas, y el Camino de Santiago era una de ellas, con el mérito nunca reconocido en la ciudad de haber comprendido antes que muchos la joya que terminaba en Compostela.
Su hostal, que abrió justo encima del bar, empezó a coger fama en el año santo de 1965, que fue el primero en el que unos pocos olfatearon el poder de atracción que generaba la ruta. Fraga, a la sazón ministro de Turismo, se atribuyó el mérito entonces como lo hizo también en los 90, pero en las mesas del Suso se habló mucho más de la Ruta que en cualquier despacho oficial. Fue el refugio de todos los sabios y veteranos que presidían las asociaciones europeas del Camino, y Suso cultivó una buena amistad con Elías Valiña, el cura de O Cebreiro que inventó la flecha amarilla y que se lo llevó a un congreso a Alemania para hablar del fenómeno. «No sabía idiomas, aprendió a leer y a escribir solo, pero se entendía con todos. Era una persona muy acogedora», cuenta su hijo pequeño, Carlos, que nació en 1967 y que ha asumido el negocio familiar, en el que trata de sostener el espíritu romántico de su padre. «Es difícil, ahora todo está muy mercantilizado y yo no tengo el don que tenía él, pero intentamos hacer las cosas bien. Lo importante es proteger al cliente», sostiene Coki, como le conoce todo el mundo. En sus 75 años de existencia no consta una reclamación por un mal servicio, y sin embargo sí guardan como un pequeño tesoro las más de tres mil postales llegadas desde todos los rincones del mundo en las que le agradecen a los Quintela el trato recibido.
Pese al enclave y a su relación con los foráneos, el Suso es también un bar local que ha ido transformándose. Ya no reúne a los comunistas perseguidos a finales de los 60; ni a los que se acercaban a escuchar a Led Zeppelin en los 70; o a los que acudían el domingo a apuntar los resultados de la quiniela, porque entre sus papeles históricos hay un permiso del Concello para colgar hacia los soportales un altavoz metido dentro de un balón de fútbol para escuchar los partidos. Hoy no tendría sentido, porque las circunstancias han cambiado y porque Coki ha ido actualizando la atmósfera y la estética de un espacio singular, con unas sillas y mesas en la terraza que eran su seña de identidad pero que han ido cediendo al tiempo, al uso y a las normas.
El Suso es, como se reflejó en una reseña del The New York Times, «un bar total», uno de esos milagros hosteleros que por su tamaño necesitan tener gente todo el tiempo para sobrevivir y que triunfan porque hacen bien tres cosas tan sencillas como infrecuentes: poner un buen café, tirar bien las cañas y ser amables.