En este periódico, hace años, recibimos una carta de un grupo de psiquiatras que protestaban porque en las páginas de Internacional publicamos varias veces que el armadanzas sanguinario de la guerra de Bosnia, Radovan Karadzic, era psiquiatra. También tuvimos una protesta de carniceros porque Mladic, el general serbio que masacró a casi 10.000 hombres indefensos en Srebrenica, era conocido —y así lo dijimos— como «el carnicero de los Balcanes».
Ahora le tocó el turno a Feijoo, que afirmó que este Gobierno (el de Madrid, no el suyo) era autista, y se encontró con la protesta de un grupo o federación de autistas, y el presidente ¡se disculpó! (con el grupo, no con el Gobierno de Madrid).
He elaborado una lista de expresiones que no puedo aplicar. A mi mujer no le digo que ayer trabajé como un negro, no vaya a ser que se divorcie por racista. Líbreme el Apóstol de cambiarlo por trabajé como un chino, porque con la China emergente mejor no andarse con bromas. No hago gitanadas, claro, hasta ahí llego.
A un hijo que tengo y que es muy tragón he parado de afearle que come como un cosaco porque estos proceden de Ucrania, y no vaya a ser que un refugiado crea que estoy de acuerdo con el criminal Putin. A mi hija no le suelto que está delgada como un fideo, porque los fabricantes de pasta se me pueden subir a la chepa, y ayer mismo pedí perdón a un amigo que milita en las procesiones de Semana Santa porque a los capuchones también se les llama capirotes y se me ocurrió decirle «tú eres tonto de capirote»: el hombre se sintió herido en sus sentimientos religiosos.
Y es que los periodistas somos la repera. ¡Uy, no, no vaya a ser que los vendedores de peras me pidan explicaciones!