Fechas navideñas, ya pasadas, de paz, de amor, de sonrisas y de felicitaciones. Jueves por la mañana, víspera de Reyes. Un ciudadano (seamos educados y no le pongamos calificativo) deja su coche en doble fila en el centro de Sigüeiro y se pone a descargarlo con parsimonia. Atasco general porque no ha dejado espacio para poder circular, y al fin el australopitecus vestido y con zapatos arrima unos centímetros su vehículo y monta en cólera, que no lo mueve más, insulta, que «hai un metro e podes pasar», grita. Era septuagenario y sin duda alguna su educación básica dejaba mucho que desear. Pobres familiares.
Una hora más tarde en los accesos a A Coruña estaba cortado el segundo carril y aquello se iba estrechando. Todo el mundo guarda respetuosa fila excepto otro gárrulo septuagenario, este en Mercedes, que se cuela por la zona que está cortada y mete el morro a la brava para ganar, al final, dos puestos. Gran proeza. Seguro que quien lea esto puede aumentar la relación de vecinos irrespetuosos con los demás, prepotencia latina que nos pone mal nombre por el mundo adelante. Vamos camino de parecernos a los italianos.
Son las anteriores meras anécdotas y eso que en la comarca compostelana en general y en Santiago en particular nuestro índice de incompetencia al volante está muy bajo, por suerte. Váyase a una ciudad grande si no me cree. Además, reeducar a un septuagenario que no respeta al prójimo y a quien alguien debería decirle que es incluso un mandato bíblico solo resulta posible en Corea del Norte y similares. Pero lo que está claro es que sí hay que educar a la chavalada, a ver si al menos ella, por vergüenza torera, frena el incivismo rampante de ciertos abuelos.