La sucesión en los primeros días del año de dos episodios violentos con arma blanca, uno de ellos con el fatal desenlace de una víctima mortal, ha conmocionado a Santiago. Es un golpe en una ciudad que no está habituada a sucesos de calibre tan grueso. Porque Compostela siempre ha tenido a gala su noche, un ocio que, al menos en intensidad, ya no compite ni de lejos con aquel trajín que desbordaba las calles en décadas pasadas, pero que tampoco genera conflictos como los que han dado la macabra bienvenida a este nuevo año. Tenemos una abundancia de barullo que sigue desafiando la paciencia de los vecinos en el entorno de los locales de moda, sobre todo de los que cierran más cerca de la hora del desayuno que de la propia de la cena. Y, a tenor de los partes policiales, sobran también actos incívicos y faltas de respeto a las fuerzas del orden, más abundantes, por cierto, tras la pandemia. Pero la diversión nunca ha entendido aquí de navajas. Por eso es crucial discernir con rigor estos macabros episodios de lo que, tal vez con un punto de nostalgia, seguimos llamando movida. Lo hizo el lunes pasado la junta de seguridad local en la reunión en la que acordó reforzar los operativos policiales que patrullarán la noche este fin de semana, no los jueves. Y sobre los medios desplegados para tratar de que esto no vaya a más lo más relevante es, para variar, lo que suscita menos interés político. Porque, entre las policías Nacional y Local, Santiago arrastra un déficit de agentes que ya excede el centenar. Las medidas igual deberían empezar por ahí.