Fina González, invidente de 88 años en Santiago: «Sin ascensor, solo salgo cuando vienen mis hijos»
SANTIAGO
Vive en el cuarto piso de un edificio de la plaza de León sin elevador: «Si lo hubiera, iría a charlar al local de las abuelas»
22 sep 2023 . Actualizado a las 19:21 h.Fina González Vigo tenía poco menos de 40 años cuando entró por vez primera en el cuarto piso de uno de los edificios de la plaza de León, en Pontepedriña. «Fue el 4 de agosto de 1972, y estaba embarazada de ocho meses», recuerda. El que es su hogar se ha convertido, a sus 88 años, en una especie de jaula de la que solo sale cuando es muy necesario o viene alguno de sus hijos. Fina perdió la vista después de sufrir un trombo en el ojo izquierdo: «Era el bueno. En el otro tenía muchas dioptrías de miopía». Tras perder prácticamente toda la visión, y acumular también problemas de audición, Fina sale muy pocas veces sola a la calle.
Varias caídas pusieron fin a sus escapadas. «No salgo sola, porque tengo mucho miedo a las escaleras. Me caí varias veces. Me rompí la rotula. Y el médico me dice que tengo que andar para recuperar, pero tengo miedo», confiesa. Su paseo se reduce a diario a los pocos metros que hay entre la ventana del comedor y la del salón. «Y salgo a pasear un poco cuando vienen mis hijos. Si tengo una hora para caminar, casi al llegar al portal ya tengo que empezar a subir», lamenta. Unos bancos de madera, colocados en los descansillos entre pisos, tienen la función de servir de alivio a sus cansadas piernas.
Para Fina, la instalación del ascensor en su edificio sería «una maravilla. Es lo ideal. Podría bajar a la calle y volver al local de las abuelas. No puedo hacer nada, pero podría charlar, hablar con gente. Y hasta podría volver al taller de memoria de la ONCE». Pese a considerar que su instalación es necesaria —«no es un lujo», subraya—, reconoce que será muy difícil que los vecinos se pongan de acuerdo. «Todos somos pobres, pero hay ayudas y hay que moverse. Para mí sería muy bueno». La mujer, que pasó a lo largo de su vida por 13 operaciones, reconoce que «es triste estar aquí todo el día, sin poder hacer nada. No veo, así que la televisión no la pongo, y tampoco escuchó bien. El ascensor sería una cosa buena», insiste.
Al igual que la mayoría de los mayores de Pontepedriña, Fina —con cuatro hijos y en una época en la que no había guarderías— tampoco trabajó fuera de casa, por lo que depende de su pensión de viudedad. Una cantidad que «tampoco es mucho. Mi marido era carpintero y antes se trabajaba mucho en negro».
Fina recuerda cómo fueron sus primeras semanas en el piso de la plaza de León. «Estaba embarazada de ocho meses, y subí todas las cosas los cuatro pisos. El 24 de octubre di a luz, y el día anterior subí un saco de patatas». Antes de mudarse a Pontepedriña vivía en una casa de Entrerríos. «La tiraban por el hospital y había que marchar. Era vieja, pero grande. Al principio, no sabía andar por este piso. Todo era pequeño». Relata que en Entrerríos «iba a la Praza a la compra. Después iba a la del Ensanche, que ahora está casi cerrada. Venía con una reja de patatas en la cabeza, porque en el autobús no dejaban meter las cajas». Uno de sus mejores recuerdos es su empeño por sacarse el carné de conducir: «Fue un capricho. Quinientas pesetas las prácticas. Mi padre tenía un 600, y mi marido fue 14 veces antes de aprobar. Yo aprobé a la primera, pero luego no conduje. Mi marido no me dejaba. Eran otros tiempos».
Recelo vecinal por la pérdida de 24.000 euros
El presidente de la Asociación de Veciños Sandra Prego, José Suárez, reconoce que el caso de los dos edificios de la rúa Portomarín cuyas comunidades de propietarios perdieron los 24.000 euros que entregaron a un instalador que entró en concurso de acreedores «genera desconfianza» entre los vecinos. Estos casos dificultarán avanzar en la instalación de ascensores en los edificios del barrio.
Por ahora, el único inmueble que avanza en la colocación del elevador es el de la rúa Samos. Pero tampoco en ese bloque ha ido todo sobre ruedas. Tras un primer desembolso de 240.000 euros, que se repartió a partes iguales entre los ocho pisos y dos bajos comerciales propiedad del Concello, ahora entregaron otros 2.500 euros para completar la instalación. En este caso, el fallecimiento del propietario de la empresa constructora provocó su cierre. En ese edificio, el ascensor está colocado en el exterior, ocupando la vía pública. Además, se modificaron las escaleras interiores del bloque y se acondicionaron fachada y tejado.