Mariluz Souto: «Empecé de cero dos veces: al abrir el bar O Galo D'Ouro y, en 1982, en la tienda de lanas»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

Paco Rodríguez

Hace 41 años su tienda, Lanas Mariluz, comenzó a sumar adeptos en el Ensanche compostelano con las lanas Pingouin y sus consejos para tejer. Antes había inaugurado uno de los bares más auténticos de Santiago. Avanza que no se plantea jubilarse

29 may 2023 . Actualizado a las 08:29 h.

A sus 80 años Mariluz Souto reconoce resuelta que nunca se planteó jubilarse. «Me encuentro a gusto en la tienda. Mi vida está aquí», afirma desde el mostrador de Lanas Mariluz, el comercio que suma décadas en la calle Fernando III O Santo y en el que también se hizo con el sector. «Yo empecé de cero dos veces, primero al abrir el bar O Galo D'Ouro y, en 1982, con la tienda», desvela, rescatando unos inicios que, admite, solo los más cercanos recuerdan.

«Me vine de Touro con 21 años; quería salir de casa», indica sobre su traslado a Santiago. Tras una breve estancia como limpiadora en el sanatorio La Esperanza, la vida le cambia. «Me casé con David López, mi marido, un ebanista que tenía en la rúa da Conga un taller, conocido como la carpintería de David», explica con orgullo, tomando él la palabra. «Me vi capaz de compatibilizar ese empleo con un bar, que preparé en la misma calle y para el que hice en madera desde el techo hasta las sillas o el mostrador, que aún se conservan en él. El nombre de O Galo D'Ouro vino por un cliente, que trajera de la localidad portuguesa de Barcelos uno de sus conocidos gallos», rememora, mientras Mariluz asiente y enlaza más anécdotas de uno de los locales más auténticos de la ciudad.

PACO RODRÍGUEZ

«Fue una época muy bonita. Lo inauguramos el 24 de julio de 1965 y ya se llenó. Yo no sabía de hostelería, pero salí adelante. Ofrecíamos sobre todo vino y tapas. Me acuerdo que los jueves había callos, los sábados, mejillones —traía un saco de 25 kilos—, y, los domingos, nécoras; y se agotaban. Había un ambiente muy bueno, también estudiantil, con partidas de chinchimoni. Teníamos ya, además, su famosa gramola en la que sonaba mucho el Dúo Dinámico, Julio Iglesias o Tom Jones», describe Mariluz sonriendo y con gran memoria. «Con los clientes éramos casi como una familia. Teníamos un sótano, que luego quedó solo para los amigos. Unos que no fallaban eran los camareros del Hostal, que nos enviaban además a gente alojada allí. Atendimos desde a un presidente latinoamericano a actores como Vicente Parra», evoca.

A nivel personal comparte también vivencias. «Embarazada de mi primera hija un día cerré el bar a las 02.00 horas y a las 09.00 ella nació. En total tuve siete hijos», señala y aporta su solución para compatibilizar trabajo y familia numerosa. «La clave está en no tener que desplazarse. Hasta 1971 nosotros también vivimos en el local de A Conga. Al edificarse el Ensanche compramos en Fernando III y ya dejamos el bar», apunta.

«David siguió con la carpintería, pero un solo sueldo no llegaba y, en 1982, una amiga me convenció para montar en el bajo una tienda de lanas, que estaban en auge», remarca, negando sentir temor por el cambio. «Sabía coser lo justo, pero soy muy decidida», subraya, y ese ánimo se vio recompensado. «Empecé vendiendo solo lanas Pingouin y el primer año fue apoteósico. No lograba cubrir la demanda que tenía», acentúa, confirmando que muchos en Santiago identificaban su comercio con esa marca francesa. «Influía que fuera puse el cartel de Pingouin. Creo que soy de las pocas tiendas que aún lo conservo. Tengo también ovillos del inicio, de hace 41 años», resalta, mostrando su variado colorido.

Mariluz Souto, delante de Lanas Mariluz, donde aún conserva el cartel de lanas Pingouin. «La tienda se llenaba, hasta con personas de pie para tejer. De los jubones hacíamos todos los modelos de las revistas»
Mariluz Souto, delante de Lanas Mariluz, donde aún conserva el cartel de lanas Pingouin. «La tienda se llenaba, hasta con personas de pie para tejer. De los jubones hacíamos todos los modelos de las revistas» PACO RODRÍGUEZ

«Poco después la lana perdió acogida y, aunque siguió siendo mi fuerte, empecé con algo de mercería y corsetería, como conjuntos, bodis, botones o batas. Compaginaba todo. Aquí luché mucho. Antes había más clientela, y de todas las edades», lamenta, reponiéndose ya con rapidez.

«Algo que me llenó fue ver cómo gente que venía a pedir consejo para tejer, poco a poco se quedaba mientras les dirigía. Yo nunca di clases ni cobré, pero aquí se tienen juntado grupos, también para hablar. Unos fueron llamando a otros. Yo siempre les animaba y recordaba que cuando yo empecé aquí casi no sabía hacer puntos. En mi primer jubón el cuello me salió más ancho que la parte de abajo», desliza riendo. «Con los años hicimos de todo, desde abrigos a chaquetas, y aún seguimos. Los clientes son amigos. Me siento querida», enfatiza.

«Si tuviese que pagar alquiler sería difícil mantener abierto. Mis hijos, que tienen su trabajo, quieren que lo deje, pero a mí la tienda me mantiene activa. Adoro este ambiente familiar», termina ilusionada.