Ala par que se dispara la temperatura turística de Santiago hasta máximos anuales, aflora tensión en la calle por un problema que no se ha afrontado: el de la convivencia entre vecinos y visitantes, sean estos turistas, excursionistas o peregrinos. Y se agrava, como estamos viendo desde la pasada primavera. Cuando creíamos que el último Xacobeo había dejado el listón de la afluencia turística tan alto que en este 2023 se moderaría o al menos podría no ir a más, la realidad es que la masificación se está disparando sin que hasta ahora se haya tomado ninguna medida desde las instituciones, salvo la disponibilidad de Concello y Xunta para actuar en una dirección conjunta tan elemental como la prevención de desmanes contra el patrimonio monumental. Por cierto, de momento solo buenas palabras y escasa policía municipal vigilando a las multitudes en el Obradoiro. Pero no nos engañemos, estos actos incívicos no son más que manifestaciones aisladas, cada vez más frecuentes, es verdad, de esta alta densidad turística. Difícil ponerle coto, como se demuestra en otras ciudades españolas, y pudiera parecer que es como intentar ponerle puertas al mar, pero hay formas de afrontar la concentración en un reducido espacio en torno a la Catedral, tratar de ordenar flujos y orientarlos hacia múltiples lugares de la ciudad histórica y fuera de esta que tradicionalmente pasan desapercibidos pese a su interés. Que quienes nos visitan tengan claro que Santiago es mucho más que la Catedral y cuatro calles y plazas. Ganarán ellos, porque vivirán una gran experiencia, y ganará la ciudad. No es demasiado tarde para tomar medidas que puedan aplacar la incipiente turismofobia, un sentimiento producto de la frustración por la invasión del espacio ciudadano y su transformación rompiendo con sus formas de vida propias. La imposición de una razonable tasa turística, en términos como los que barajó el anterior gobierno local y la Xunta se mostró dispuesta a estudiar, será un paso adelante inevitable, y no para que vengan menos, sino para contribuir a sufragar los costes que generan y para concienciar más. Empecemos por informar y formar a los visitantes sobre lo que Santiago es capaz de ofrecerles. No hay tiempo que perder, el camino va a ser largo.