El aeropuerto de Santiago se mantiene todavía como el que más crece en España desde la pandemia entre los que mueven más de dos millones de pasajeros al año. Y con diferencia. Este dato sintetiza mejor que cualquier otro la expansión del Rosalía de Castro, crucial para que carbure el que, por su condición de puerta de entrada para buena parte de los visitantes internacionales, es uno de los motores turísticos de Galicia. Y los registros de Aena revelan que, en lo que va de año, Lavacolla sigue ganando tráfico comercial. Las aerolíneas operan más vuelos y obtienen una rentabilidad mayor, porque esos aviones van ahora más llenos. Pero esta armoniosa partitura la emborrona una nota disonante. Ryanair tira a la papelera su programación del invierno pasado y decide retirar del panel de vuelos ocho de las rutas europeas que atendía desde entonces. El tijeretazo del que este periódico empezó a informar hace más de un mes no tiene precedente y supone una merma mayúscula de la oferta internacional del aeropuerto, que de ofrecer 14 destinos internacionales en la pasada campaña invernal pasará a disponer de solo seis en la que arranca dentro de dos semanas. Pues bien, esta merma, que ya comenzó a finales de septiembre con la suspensión de los vuelos de la compañía irlandesa con Burdeos y Marsella, se perpetra sin ningún tipo de explicación. Ni Ryanair la ha ofrecido ni ninguna institución o entidad parece habérsela pedido. El Concello, en un ejercicio de resignación, optó por circunscribir el recorte a la legitimidad de la empresa para decidir su estrategia comercial, y excusó aportar cualquier información adicional en aras al respeto a la confidencialidad. Este principio, esgrime Raxoi, impide airear conversaciones con la compañía. Y tampoco permite aclarar el contexto en el que Ryanair decide pinchar ahora el globo que había inflado en pleno año santo. ¿Había entonces unas subvenciones que han volado pasado el Xacobeo? Puede ser. O no. La confidencialidad impide la aclaración oficial que merecen los usuarios y alimenta la elucubración sobre cómo se programan los vuelos. También con estos silencios se pone a prueba el pulso de una ciudad.