Javier Rivera: «¡Cómo me voy a jubilar si el pub Momo, tras 40 años, vive su mejor época!»
SANTIAGO
Desde hace años, y tras pasar de 70 metros a casi 900, el local ya es para muchos una parada obligada en Santiago. «Había gente que pensaba que antes del pub aquí había una calle, con coches, pero fue cosa nuestra», explica su dueño
14 ene 2024 . Actualizado a las 12:29 h.Tiene 65 años, pero sin perder la ilusión que ya lo empujaba en los 80, cuando aterrizó en Santiago, acorta su edad. «Acabo de hacer 40, los que cumple el Momo», apunta divertido el madrileño Javier Rivera sobre un aniversario que empieza a celebrar en el emblemático pub de la rúa Virxe da Cerca. Tampoco duda al hablar sobre una posible retirada, que pospone. «Por ahora sigo al pie del cañón. ¡Cómo me voy a jubilar si el local vive su mejor época! Nunca tuvimos una noche como la de este Fin de Año», acentúa feliz.
«Es un orgullo ver que para muchos ya es una parada obligada en la ciudad», razona, mientras recorre un establecimiento de casi 900 metros que conserva inalterable, casi a modo de museo, una entrada que imita la calle que aparece en Momo, el libro de Michael Ende, y a la que sucede una terraza cubierta y un cuidado jardín. «Aún culminé la obra en el 2021», explica.
A Compostela llegó con 25 años, tras haber prestado servicio en el Corte Inglés de la calle Preciados y vender extintores en Malasaña, en Madrid. «Soy vendedor casi de nacimiento», admite. «Aquí vine por un amigo que quería montar un local en Galicia. Él me había regalado el libro de Momo, un cuento que me encanta y que habla sobre la importancia del tiempo y la amistad, algo que nos unía. La idea de la calle salió de un local que vimos en Salamanca», expone. «Cuando llegamos esto era un bajo con paredes de cemento y yeso y suelo de tierra. No había nada. A continuación crecía una huerta. Un arquitecto que vivía arriba nos ayudó a adaptar nuestra idea de calle a Galicia. Nosotros no caíamos en los adoquines y baldosas de piedra de Santiago y eso fue, junto a detalles como incorporar fachadas de negocios, como una librería, lo que más gustó; su autenticidad. Había gente que pensaba que antes aquí había una calle, con coches, pero eso fue cosa nuestra», evoca.
No olvida la dureza del comienzo. «Lo abrimos en 1984, pero mi amigo lo dejó al año y me quedé solo. El primer verano, para hacer frente a los gastos, compré una palomitera a un chaval en la Alameda y me fui a Sanxenxo a vender palomitas. En ese momento, la movida aún estaba, además, en el Ensanche, aunque al poco se movió», prosigue, incidiendo en la puesta en marcha de la Asociación Cultural Cidade Vella. «Varios pubs de la zona vieja nos juntamos para dinamizarla, también con eventos culturales. Fue una etapa muy bonita. Con los fundadores de esos locales aún quedo. Debo ser el que lleva más años con el mismo negocio», reflexiona, rescatando vivencias. «Empezaron a sucederse grandes noches, como junto al cantautor Ricardo Parada, por el que aún hay clientes que preguntan, o jam sessions en las que hasta mi profesor de piano acabó tocando. Soy un músico frustrado», confiesa.
«Al poco, la idea del Momo ya cuajó y se llenó. A los diez años empecé a ampliar los 70 metros iniciales. Fue Xerardo Estévez quien me propuso abrir su enorme huerta como un mirador hacia Belvís. El eco del pub crecía a medida que ganaba tamaño», asiente, sin negar que la ampliación le conllevó algún quebradero de cabeza, también con vecinos. «Ante los problemas, me crece la fuerza. Soy constante y paciente. Aún así, ahí me animó ver el enorme apoyo de los clientes, como cuando cumplimos 25 años y ahí estaban todos. Santiago me acogió muy bien. Me enamoré de la ciudad, de su casco histórico. Vivo en San Martiño Pinario», subraya muy agradecido. «En esa etapa me dio un infarto, pero no pensé en dejarlo. Cambié de hábitos y delegué más en mi equipo. Somos 18. Ellos son la clave para aguantar tanto», ensalza. «Otro logro es mantener la variedad de público, y revitalizarlo, también con decoración moderna», prosigue ideando nuevas iniciativas.
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«Hace 15 años hice el Camino desde Roncesvalles con mi mujer, picheleira, y pegué pegatinas con el logo del Momo por toda la ruta. Muchos peregrinos llegaban con la curiosidad por ver el local. Es importante mimarlos, igual que a toda la clientela, con sorteos, descuentos o libros de Momo, que rifé y regalé. Creo que soy el máximo comprador de la novela», señala. «Me encanta ver cómo nos envían fotos de pegatinas nuestras en sitios como Petra, o en coches. El Momo crece como nunca, es un referente. De los 30 cócteles actuales, entre los que está el de Beppo, en homenaje al barrendero que sale en la obra de Ende, llegaremos en este 2024 a los 40. Este año hay mucho que celebrar», avanza sin descanso