Las dos ciudades de Santiago no siempre se complementan. Craso error. Será el carácter gallego o serán hiperlocalismos, pero lo cierto es que la que se desarrolló en torno al sepulcro del Apóstol, descubierto en el siglo IX, a veces no se da cuenta del tesoro que tiene en la retaguardia, en el Ensanche. Y esa actitud se mantiene a lo largo del tiempo. Así que de vez en cuando hay que reivindicar el Ensanche no para competir con la almendra, sino para complementarse: lo que no tiene esta lo proporciona aquel.
Pero uno sale de las murallas —sí, permanece en pie todo el circuito, aunque es otro gran olvidado— y encuentra comercios de un nivel muy alto. Y además está el factor humano. Algunos de esos comercios —con personas atrás de su historia— abrieron sus puertas cuando parte de las calles del Ensanche se encontraban en construcción. Y de tanto verlos da la impresión de que han sido absorbidos por el paisaje urbano, que les ha robado su personalidad.
Hay buenos ejemplos, por suerte. Uno de ellos, y sin el menor ánimo de hacerle publicidad gratuita, es una armería en la plaza de Galicia, con su estrecho escaparate, siempre goloso porque las armas han atraído a la humanidad —quizás sea mejor decir al hombre, no a la mujer— desde el principio de los siglos. De hecho, los únicos dos fenómenos globales son las guerras y el fútbol, con la coca cola demasiado cerca.
El firmante es testigo de la profesionalidad y amabilidad de quien parece el dueño. Porque ese es otro distintivo del Ensanche: sus comerciantes saben que solo una minoría de los que recorren la almendra van a ir a la zona nueva, y quieren mimarlos. ¿Por qué en el siglo XXI sigue habiendo en Santiago dos ciudades?