La política es caprichosa con los tiempos y en Santiago dos proyectos hace años que así lo evidencian. El caso del parque comarcal de bomberos es de libro. Con las páginas que se han escrito de los vaivenes para su creación se podría empapelar el mamotreto de Salgueiriños en el que el calendario se paró hace dos décadas. Ese fantasma de hormigón es hoy un contenedor de maleza que de vez en cuando sirve de lugar de recreo a algunos toxicómanos. Puede incluso que, finalmente, no tenga la utilidad que motivó su fallida construcción. Pero esto es lo de menos. Lo relevante es que parece que, ahora sí, Santiago y los municipios de su cinturón urbano tendrán un servicio de bomberos que evite nuevas situaciones sonrojantes. Lo triste es que solo una tragedia en la frontera entre Santiago y Ames —los 700 metros de la vergüenza— ha posibilitado que las tres administraciones se pongan de acuerdo para desbloquear por fin el proyecto. No sucede así con el párking del Clínico, donde Xunta y Concello siguen sin ser capaces de sincronizar sus relojes y poner orden en un caos al que estamos expuestos más de 450.000 usuarios del Sergas de dos provincias. Aunque la larga precampaña y el período electoral ya son historia, nada se mueve para desencallar un equipamiento que, además de racionalizar la circulación en el recinto del CHUS y su entorno, evitaría diariamente a cientos de personas apoquinar como clientes del párking con las tarifas más caras de todos los que operan dentro de los complejos hospitalarios gallegos. Que no tengan que esperar 20 años, como en el parque.