Vivir día y noche, segundo a segundo, los 365 días del año, entregado a la persona querida, incapacitada, postrada en una cama desde hace más de tres décadas sin posibilidad de oír, hablar o moverse. Es una vida heroica, de entrega absoluta, de fusión total del yo con el tú, expresión sublime de amor. Desde la silenciosa intimidad de una habitación en una casa cualquiera de Santiago, desde el anonimato de una vida cotidiana sin exhibición alguna, sin quejidos de dolor ni búsqueda de solidaria compasión. Una vida compartida por dos personas que se sienten, que se comunican sin hablar, porque no puede haber palabras entre ellas. Es una vida que hemos conocido estos días, una vida excepcional pero menos infrecuente de lo que pudiera parecernos en lo que concierne a la entrega en cuerpo y alma al cuidado de personas con grandes discapacidades, una exigencia más allá de los límites de lo humano en un caso como el de José María y María Teresa de no ser por la fuerza del amor que lo mueve a él y que a ella le da vida. Son existencias memorables que no buscan reconocimientos, ni siquiera la más mínima ayuda al margen de lo establecido por un sistema público que aplica criterios de homogeneidad a todos sus beneficiarios, al que le cuesta identificar lo excepcional y ofrecerle un trato acorde. Más todavía si son vidas que necesitan de las paredes familiares de la propia casa, donde cuelgan imágenes de los seres queridos que Teresa pueda sentir sin verlos, y no la frialdad de una habitación de hospital. «Nadie sabe mejor que yo lo que le hace bien y lo que le hace mal», clama José María, de 78 años, cinco más que su querida Nena. Esa convicción que estalla de la entrega incondicional a su mujer es lo que hizo que sus vidas saliesen del anonimato, por la angustia de que el cambio prescrito en la alimentación terapéutica de ella desestabilizase con efectos secundarios su precario equilibrio. Un cambio justificado pero pésimamente comunicado, porque José María no recibía informaciones coherentes cuando solo le quedaba para dos días el alimento sin el que Teresa moriría. Hasta el punto de que se puso a buscarlo él mismo a la desesperada fuera de Santiago. El trabajo colosal de los sanitarios mantiene en pie la sanidad pública, sin duda, pero el sistema magnifica a héroes como José María.