Manuel Quiñoy: «Asombra lo que imprimimos con una máquina tipográfica de casi 200 años»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

XOÁN A. SOLER

«Pienso en mi retiro, para poder pintar, mi otra pasión, pero no quiero cerrar una imprenta nacida en 1875», destaca este santiagués, que llegó a ser también subcampeón de España de taekuondo. Revela que gracias a un libro con el que él trabajaba se descubrió que faltaba el Códice

12 may 2024 . Actualizado a las 11:24 h.

En la Imprenta San Martín, en la rúa Concheiros, el olor a tinta y papel lo impregna todo. «Yo casi ya no lo huelo. Llevo en este oficio desde los 16 años, y tengo 65», apunta con ilusión Manuel Quiñoy, el santiagués al frente de una de las pocas firmas gallegas del sector que conserva técnicas, máquinas y materiales muy antiguos, combinados con los últimos avances en artes gráficas.

Originario de Conxo, entró a trabajar casi de niño en la imprenta del Seminario, nacida en 1875. «Daba servicio a toda la ciudad. Allí se hacían trabajos destacados, como imprimir los doce tomos de la historia de la Catedral. Yo era el más joven. Estaba feliz entre máquinas. Me acuerdo que incluso pude ir a trabajar al Banco de España y lo rechacé por la imprenta», evoca, rescatando más pasajes de juventud. «Con mi primer sueldo, pagué un gimnasio. Me atraían las artes marciales, a las que llegué por las películas de Bruce Lee. Practiqué taekuondo y llegué a ser subcampeón de España en categoría sénior o a competir en Nueva York. Enseñé esa disciplina en diversos colegios, como La Salle o San Jorge, y en un gimnasio. De ahí pasé al arbitraje nacional», detalla.

«En 1990, a mis 30 años, la imprenta del Seminario cerró. A varios empleados nos ofrecieron darle continuidad. No dudé; era mi casa. La trasladamos para Concheiros, incorporando su maquinaria antigua», explica, enseñando con orgullo la allí conservada. «Tengo una máquina tipográfica, de la marca Victoria, a la que le tengo mucho cariño porque es con la que empecé. La uso mucho, imprimiendo en seco tanto logos como invitaciones de boda. Es una técnica que da valor y aporta un bonito acabado; asombra lo que imprimimos con una máquina de casi 200 años. A mucha gente, además del resultado, le gusta que sea artesanal. Eso nos lo dicen también peregrinos, que nos piden recuerdos personalizados del Camino», afirma, aclarando, aún así, que hoy en día gran parte de su trabajo es de papelería corporativa de empresa.

«Tenemos realizado, sobre todo al inicio, muchos encargos para la Catedral. De joven, uno de mis primeros cometidos era cortar el papel para la compostela. Durante cuatro décadas imprimí ese documento. Siempre decía que de Concheiros salían cada año 200.000 compostelas para todo el mundo», enfatiza. «El exdeán, José María Díaz, siempre nos pedía para el Apóstol realizar el libro de vísperas. Para ello yo iba a la Catedral a hacer fotos a letras y a motivos concretos de manuscritos, como del Breviario de Miranda. En el 2011, tras trabajar con ese libro, lo dejé para que lo devolviesen a la cámara y fue, al llevarlo allí el archivero, cuando él se dio cuenta de que faltaba el Códice», revela. «Ese año ya nos habían encargado imprimir los facsímiles numerados por el octavo centenario de la consagración del templo. Los dos primeros se enviaron al papa y al rey», subraya.

Sin descanso, comparte más vivencias que ratifican lo único de su taller. «Cuando imprimo grabados antiguos no duermo con la emoción. Eso me pasó con trabajos que hice para el Museo Valle-Inclán. Su director y el nieto del escritor buscaban por Galicia dónde imprimir unas láminas con clichés antiguos (tipo de grabado sobre metal) del autor. Al llegar aquí, ver las máquinas y que yo conocía la técnica, me abrazaron. El director nos ayudó luego a identificar grabados muy antiguos, que conservo desde el Seminario. Tallados por joyeros, son de gran valor. Hay escudos de la Primera o Segunda República», muestra.

Su mujer, Mariluz, directora comercial, pone el foco en la importancia de que no se pierda el oficio. «Buscamos gente que pueda continuar con el negocio y a quien formar en las máquinas antiguas. Es un trabajo muy bonito», ensalza. «No podemos dejar sin relevo a una imprenta que arranca en el siglo XIX, por eso sigo, pese a que pienso en el retiro, sobre todo para centrarme en la pintura al óleo, otra pasión», añade Manuel.

«En ese arte empecé autodidacta a los 14 años y hace poco di el salto a la calle, pintando en ella y exponiendo. Me centro en panorámicas de Santiago, como en los tejados del casco histórico, que ahora pinto desde los balcones de la Catedral. Para mí es un placer», remarca.

«En la imprenta tengo obras. Los vecinos, sorprendidos, ya dicen: "Tamén pintas?"», señala riendo.