«Malvendimos hasta la casa, y el dinero solo nos llegó para los pasajes de avión»
SANTIAGO
La nueva vida de personas que llegaron a Santiago con lo puesto en busca de un futuro que no tenían en su país de origen
18 ago 2024 . Actualizado a las 21:13 h.Empezar de cero a miles de kilómetros de distancia cuando tu vida ya debería estar resuelta, y con la única tranquilidad de que compartes el idioma con tu lugar de destino, es una realidad que está a simple vista: en las personas que utilizan el transporte público o lo conducen; en muchas consultas médicas en las que se escucha a muchas cuidadoras, algunos cuidadores y a profesionales de la sanidad; en cualquier negocio de hostelería, comercio, estética, alimentación...
Santiago y su área de influencia son buena prueba de ello, con un censo de emigrantes que supera las diez mil personas. Y detrás de cada número o acento hay historias en las que la ayuda de los demás casi siempre es determinante para que su nueva vida sea un éxito. En el caso de emigrantes por razones económicas, la labor de Cáritas de Santiago la avala su último balance del área de Formación e Emprego, que el año pasado logró la inserción laboral de 529 personas.
Entre ellas se encuentra el venezolano Rommel Bastardo, de 43 años, que llegó a Santiago hace diecinueve meses acompañado de su mujer, Carolina, y de su hijo de seis años. Literalmente llegaron con lo puesto, por lo que la ayuda de Cáritas fue vital para su integración. «Tuvimos un primer contacto con Cruz Roja y después con la trabajadora social de Cáritas, que nos remitió a una vivienda que nos sirvió de mucho», relata.
Decidieron instalarse en Galicia por recomendación de una sobrina de su mujer. «Vivíamos en Caracas y lo vendimos todo. Teníamos nuestra casa y prácticamente tuvimos que regalarla. En realidad, la malvendimos, y el dinero nada más nos alcanzó para los pasajes de avión», explica sin arrepentirse en ningún momento, porque él y su pareja tenían como mayor preocupación «el futuro de nuestro hijo, para el que queríamos una vida más estable y segura». Para conseguirlo, Rommel dejó un trabajo de dos décadas en el Ministerio de Educación de su país y hoy cuida a un compostelano con alzhéimer gracias al curso que le gestionó Cáritas, mientras que su mujer «ahorita está trabajando como profesora de natación» tras haberse dedicado a la limpieza.
Con los papeles en regla, empleo y las dificultades propias de Santiago para conseguir una vivienda con un alquiler asumible, Rommel Bastardo responde sin dudar a la pregunta de qué les habría pasado sin ayuda: «Nunca habríamos podido salir adelante, tanto por el apoyo que nos dieron como por el acompañamiento que tuvimos». Y ellos aportaron toda su voluntad: «Nosotros nos centramos en conseguir nuestros papeles rápido para trabajar, adaptarnos, crecer y volver a nacer en un país nuevo», añade, porque si algo tenían claro es que este era el camino para instalarse con rapidez, aunque podían buscar la documentación de un familiar español de su mujer que hizo su mismo camino pero a la inversa, emigrar a Venezuela sin papeles y buscarse la vida al llegar. «Igual lo hacemos ahora para encontrar nuestros orígenes», concluye.
«De pequeña no entendía por qué la gente venía de España a Venezuela, y ahora soy yo la que está aquí»
Francis Guillén, de 53 años, es otro ejemplo del éxito del plan de inserción laboral de Cáritas. Llegó de Venezuela al igual que Rommel, pero en su caso lo hizo con sus nietas de 4 y 6 años, a las que cuidó en su país durante más de un año mientras su hija y su yerno, tras saltar el charco, se asentaban en Compostela, también con la ayuda de Cáritas.
Ellos comenzaron una nueva vida pagando 450 euros al mes por una habitación en un piso compartido y hoy, ambos con trabajo, viven con sus hijas y con la abuela Francis en una vivienda más amplia. «Se me parte la voz al hablar de la situación que confrontamos en Venezuela, porque allí todo se ha truncado», relata con tristeza pero a la vez contenta en su nueva etapa vital, pese a que en su tierra está su madre y el resto de sus familiares.
Instalada con su familia en Santiago en cuanto le fue posible emigrar, Cáritas le gestionó un curso de auxiliar de limpieza y antes de terminar las prácticas le surgieron dos posibilidades laborales. Se decantó por la que le ofrecieron en el restaurante mexicano Mestiza y ahora trabaja, «muy contenta», en la cocina.
«Me quedé con mis nietas en Venezuela porque sus padres no tenían dinero para los pasajes y no sabían a lo que se iban a enfrentar aquí, porque llegaron sin una mano amiga», relata. Les fue bien, «y yo, en principio, vine para ayudarla con las niñas mientras ella trabajaba, pero tuve la gran suerte de que Cáritas me dio la oportunidad de hacer un curso y ahora estoy muy contenta con mi trabajo», añade.
Asentada en Santiago, ciudad que «me encanta porque se parece mucho a mi tierra, Mérida, que también es fresquita y lluviosa», confirma que sus nietas «están contentas porque se aclimataron a la nueva vida y ya hablan ‘galego’» y da por hecho que su futuro, que afronta con energía, está aquí, lejos de su país.
«Que mi Venezuela sea la misma de antes, la próspera Venezuela en que había de todo, eso ya no la voy a ver. Ahorita no hay una economía estable porque por trabajar una semana te pagan 20 dólares y un pollo ya vale nueve», afirma triste, recordando cuando «de pequeña, conocía a un señor gallego que trabajaba con mi padre y no entendía por qué la gente venía desde España a Venezuela. Y ahora, que soy yo la que está aquí, ¡claro que lo entiendo!».