Manuel Rey Cordeiro sabía que volar como volaba él era un riesgo, pero siempre dijo que era mínimo
04 jun 2024 . Actualizado a las 09:52 h.Dicen los psicólogos que cuando alguien muere se produce entre los que quedan algo que llaman «la búsqueda de la mejor imagen». O en otras palabras, desaparecen o se minimizan los defectos del difunto y se ensalzan sus virtudes. Y hay que intentar tener la cabeza muy fría para no caer en el «que bueniño era e tan xeneroso».
Sí, hay que tener la cabeza fría cuando escribo de mi amigo (y vecino) Coco, nacido como Manuel Rey Cordeiro, el piloto que ha vuelto a ocupar un espacio en este periódico y no por las mismas razones que antes: en épocas pasadas, por sus triunfos nacionales e internacionales en competiciones de acrobacias aéreas; ahora, por su muerte en Portugal cuando se precipitó a tierra con su aparato en una demostración. En el mismo aparato en el cual, como regalo de cumpleaños para mi mujer, la paseó por los cielos de Lugo.
En las numerosas tardes en mi casa —terraza en verano, al lado de la chimenea en invierno— constatamos que políticamente estábamos en las antípodas, que a él le gustaba el vino —era un buen gourmet— más que el cava (así que tampoco coincidíamos) y que siempre eran unas horas de charla que a veces se prolongaba sin que nadie tuviera prisa.
Sabía que volar como volaba él era un riesgo, pero siempre dijo que era mínimo y que había otras actividades mucho más peligrosas. Su conocimiento de la mecánica, que no era poco, le permitía subir todo tranquilo al avión que tripulaba anteayer en Portugal.
Jamás se sabrá con certeza por qué perdió altura y luego la ganó de repente, antes de caer y explotar. Pero yo tengo la teoría de que él no cayó con el Yak: se ha quedado arriba, en algún lugar del cielo, las nubes o las estrellas o lo que haya arriba, pilotando hasta el infinito.
Buen vuelo, comandante.