Visita a las tierras coruñesas más allá del Ulla

Cristóbal Ramírez SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

CRISTÓBAL RAMÍREZ

Cuando de Santiago al sur se cruza el río, recordando cuando lo remontaban las huestes vikingas, suele creerse que se entra en la provincia de Pontevedra. Pues resulta que no

06 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Solo a la administración local le importan los límites geográficos. A quien prepara una salida, una excursión o una ruta de senderismo le da igual pisar un concello u otro. Y cuando de Santiago al sur se cruza el Ulla, recordando cuando lo remontaban las huestes vikingas, suele creerse que se entra en la provincia de Pontevedra. Pues por una de esas decisiones que vaya uno a saber de dónde parten (desde luego, debió tener que ver con límites eclesiásticos) resulta que no, las cosas no son así.

Para ser más exactos, en realidad se salva el Ulla por el viejo puente, se entra en Pontecesures (Pontevedra), en la circunvalación elíjase la izquierda en el desvío señalizado a A Estrada (la PO-214) y muy poco después, en el kilómetro 1 y justo antes de pasar por encima la AP-9, se vuelve a entrar en A Coruña, concretamente en Padrón.

La carretera no puede calificarse de estrecha, pero sí de abundante en curvas y ascendente, cruzando un bosque muy denso en el que se mezclan especies arbóreas autóctonas con pinos y eucaliptos. Una curiosidad —muy bella, por cierto— en el kilómetro 3: en plena curva cerrada se pasa por encima del Rego das Bracas, que tras unirse a otros dos va a dar al Ulla. Una de esas corrientes es el Rego de Condes, localizado algo más adelante, justo antes de entrar en Os Condes, donde llama la atención un sencillo pero muy tradicional hórreo. Del molino local, aguas abajo, muy poco queda.

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Claro que, una vez más, para llegar ahí el excursionista ha entrado de nuevo en la provincia de Pontevedra y unos pocos metros adelante la ha abandonado para circular por Padrón. Anacronismos. Y se repite más adelante, porque de nuevo es suelo pontevedrés donde se alza, en un cruce, la ermita de San Xoán. El enclave resulta paradisíaco, y más lo fue hace unos decenios, cuando el asfalto no podía presumir de tanta anchura.

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A un lado, un sobresaliente cruceiro con una fuente (estropeada). Y al otro, el templo, muy sencillo, de una sola nave, con un campanario sin campana, carente de vanos excepto la puerta y un ventanuco en la parte trasera, una cruz antefija y un magnífico atrio no cubierto con bancos. Y todo ello de granito del bueno, bien trabajado, lo cual, a su vez, indica que cuando se levantó (en las aldeas cercanas no tienen ni idea de la fecha) lo hicieron labradores que disfrutaban de una economía relativamente desahogada. Eso sí, alguien debería limpiar la auténtica selva que crece sobre las tejas o dentro de poco entrará la lluvia. Un texto incompleto de cerámica, colocado en un lateral, apela a la devoción de los cazadores.

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Siguiendo de frente, a los siete kilómetros de Pontecesures —que parecen setenta, porque aquello es la Galicia rural-rural— procede detenerse ante una (lamentable) parada de autobús y frente a la iglesia de Santa Mariña de Barcala, erguida en un alto al que se accede por una escalera muy desgastada por el tiempo.

La vuelta, o bien por el mismo itinerario o, si hay ganas de explorar, desde Santa Mariña arranca una pista que deja un cruceiro a la izquierda al lado del palco de música y Trasande a la diestra, se une a la que baja desde la ermita de San Xoán y busca Sinde, con otra parada recomendada ante la iglesia de San Miguel y su cruceiro. Y un aviso: en la bifurcación cuatrocientos metros después del templo, a la izquierda aunque la tendencia es la contraria. Está señalizada Ermita da Nosa Señora da Mercé, aunque en principio no hay que llegar hasta ella sino que se salva, de nuevo, el Ulla. Subiendo, en el cruce Padrón queda a la izquierda, a solo siete kilómetros.