La prohibición de entrar con mochilas a la Catedral de Santiago sigue suscitando quejas y dudas

Blanca Serrano / S.L. SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO

XOAN A. SOLER

Muchos visitantes ven mal tener que pagar para dejarlas en una consigna

01 sep 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

La Catedral de Santiago aplica desde el 2010 la prohibición de entrar al templo con mochilas de gran volumen. Esta restricción, que sigue siendo desconocida por muchos visitantes, complica el acceso especialmente en estos meses de alta afluencia, con colas que rodean Praterías y A Quintana. La Catedral no se hace responsable de las pertenencias de los peregrinos y son muchos los que llegan sin pasar por su alojamiento y no pueden dejarlas en algún espacio de forma gratuita.

Un recurso utilizado por los visitantes para remediar este contratiempo es dejar su equipaje en consignas ubicadas en el casco histórico, en zonas cercanas al templo, como en las tiendas de recuerdos. Pero algunas personas no están dispuestas a pagar para que se guarden sus mochilas mientras visitan la Catedral. Juan Pedro Martínez, un peregrino que lo hizo este viernes con su familia, no tuvo más remedio que recurrir a que uno del grupo se quedara fuera con las pertenencias. «La consigna nos costaba siete euros y medio, y nosotros nos vamos ya. Además, ya tuvimos más gastos por el Camino y no estábamos dispuestos. Tuvimos que dejar a uno aquí fuera con las mochilas y entrar los otros dos», explica.

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Otras personas llegan a Santiago tras haber finalizado la misa, por lo que optan por visitar la Catedral a la mañana siguiente. De esta forma, dejan sus pertenencias en el alojamiento y así no se ven obligados a pagar un extra por guardarlas en una consigna. «No llevábamos mochilas. Llegamos ayer y fuimos al piso a dejarlas», comenta Miguel Pérez, también peregrino. «La verdad es que, si vienes del Camino y llegas pillado de tiempo y te tienes que meter en la Catedral ya para la misa, porque la siguiente es horas más tarde, pues la verdad que lo de las mochilas es una complicación. Estaría bien que hubiese un sitio para dejarlas y no tener que pagar», añade. Beatriz Ávila, una peregrina que paseaba por la Praza da Quintana, se encontraba en la misma situación: «Nosotros llegamos ayer y hemos venido hoy sin mochilas ya. Las hemos dejado en la pensión donde nos quedamos». Aún así, ella y su acompañante no estaban informados de esa prohibición. «Fue de casualidad, porque no sabíamos que no podíamos entrar con las mochilas», admite Beatriz. «La verdad es que, si hubiésemos entrado recién llegados del Camino, nos hubiese gustado poder hacerlo como veníamos, con las mochilas. Creo que, con respeto y comportándonos, no habría ningún problema en entrar con las mochilas», indica.

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«Si tuvieran que revisarlas, habría más colas»

La Catedral no permite la entrada de mochilas de gran tamaño a su interior por motivos tanto de seguridad como de falta de espacio dentro del templo. Muchos peregrinos que llegan del camino se ven obligados a buscarse la vida para encontrar un lugar donde dejar sus pertenencias.

Para muchos, es un gran problema, pero algunos peregrinos opinan que es una buena medida para facilitar la seguridad dentro de la Catedral, tanto para el cuidado del patrimonio, como para las personas que la visitan. «La medida yo creo que es entendible, porque con tanta mochila y tanta gente de pie en la Catedral, al final es un riesgo», opina el peregrino Miguel Pérez. «Si alguien lleva una mochila grande, además, tampoco se van a parar a revisarla porque provocaría un gran retraso en las colas», añade.

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En las entradas de la basílica, los empleados de seguridad revisan los bolsos de las personas antes de acceder, como medida de precaución. «Si tienes mochilas grandes las tienes que dejar fuera, pero si es pequeña, te la pones delante y la miran y te dejan pasar. Es un método de seguridad y, además, las mochilas grandes son más difíciles de revisar, así que yo creo que está bien que lo hagan de esta forma», comenta Mariana Costa, otra peregrina que ya había entrado a la Catedral, tras despojarse de su mochila grande.