Como en este país somos así de chulos, una ministra tiene a bien decidir que, digan lo que digan los psicólogos, algo que ellos detectan claramente no existe. Léase Síndrome de Alienación Parental. Eso sí, en la búsqueda de la mejor imagen de alguien fallecido (en este caso, expresión de los sociólogos) hay consenso, no molesta a nadie así que vamos a llenar de aureolas de santidad al difunto.
Me temo que esto pasará con Maximino Viaño, recientemente fallecido. Y sus deudos, como es lógico y humano, sí verán en él un compendio de virtudes que no seré yo quien niegue. Además, al parecer su trabajo en pro de la ternera gallega se califica de impagable, y, una vez más, así será.
Pero todos tenemos cara y cruz. Quien escribe también, por supuesto. Y quien escribe recuerda claramente su papel en los años infantiles de Feiraco a la sombra de otro hombre que por ahora pasa a la historia (¡lo que hay que ver!) como un gran prócer cuando no lo fue: García Calvo.
En toda mi vida hablé una vez con Maximino Viaño, en 1976. Era secretario de Feiraco. Se trataba de apoyar con una donación de leche a unos alumnos hijos de labregos que vivían en unas condiciones que hoy explicarían hasta una revolución. No solo no lo hizo sino que me dejó claro que cualquier atisbo de cambio en las relaciones sociales y políticas locales no era de su agrado. ¿Tenía derecho? Por supuesto. Pero a pesar de él y del clan cavernícola que campaba a sus anchas por Negreira —tierra de durísima represión durante toda la dictadura— sí hubo cambio social y político.
Junto con los méritos de Maximino Viaño deben constar en su biografía sus sombras. Y dicho eso, y desde luego sin rencor, que Deus o teña onde o ten.