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Luisa Ríos: «En esta lencería antigua de Santiago y a mis casi 65 años no dudo en desfilar en bañador»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

SANTIAGO

María Luisa Ríos: «Non quero cerrar a tenda, vou a ter unha xubilación activa»
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SANDRA ALONSO

Está al frente de uno de los negocios de mayor tradición de la rúa de San Pedro. Lo abrió, primero como mercería, hace 43 años. Si hace dos décadas fue una de las primeras mujeres en dejarse el pelo blanco en Compostela, ahora sorprende con vídeos para redes sociales, aplaudidos por sus vecinos

16 mar 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Admite que nunca pensó en mudarse de la rúa de San Pedro, la calle donde arrancó su negocio, Mercería María Luisa, en 1982. «Ni se me pasó por la cabeza; la gente de este barrio me lo dio todo, su confianza, la posibilidad de crecer… Aquí somos, junto a la farmacia, uno de los negocios más veteranos», comenta, con la misma motivación del inicio, María Luisa Ríos. «En junio cumplo 65 años. Tengo sentimientos enfrentados porque, por una parte, me gustaría descansar, pero, en realidad, la cabeza no me deja. Y este trabajo me encanta… Al final decidí acceder a una jubilación activa y seguiré con la tienda… Cuando lo anuncio a los vecinos, lo celebran, y eso me empuja más. Ya son 43 años junto a ellos...», repasa.

Nacida en Carbia, en Vila de Cruces, llegó a Santiago siendo muy joven. «Vine con 15 años y me quedé con una tía. Yo estudiaba y trabajaba. Ella tenía en el número 86 de esta calle un pequeño taller con una tricotadora, donde aprendí a tejer. Años después, monté allí una mercería, ya con mi nombre, María Luisa. Los inicios fueron complicados, sin mucho dinero ni experiencia. Imagina que abrí la tienda un 7 de enero sin darme cuenta que eran las rebajas», rememora sonriendo. «Esa anécdota la conté cuando di hace unos años el pregón en las Festas de San Pedro y hubo quien se emocionó...», continúa.

SANDRA ALONSO

«Poco a poco, con el boca a boca y mucho esfuerzo —mis primeras vacaciones las cogí tras 21 años—, el negocio empezó a bulir. Empecé a traer también firmas de lencería, yendo a ferias en Madrid o Barcelona, y centrándome en ese sector, con mucha venta de bragas, calzoncillos o sujetadores de tallas grandes. En los 90 me trasladé al número 53 de la calle, a un local mayor», explica, sobre un crecimiento afianzado, además de por un amplio surtido, por un trato cercano y el calor vecinal. «Tengo un cliente que ya venía de niño con su madre. Ahora vive en México, donde es un empresario de éxito. En cada agosto, cuando vuelve, nos compra aquí toda su ropa interior. Antes yo cerraba en ese mes, pero él me llamaba y venía a atenderle. Muchos valoran eso... y, los mayores, que les llevemos producto a probar a casa. Otra vecina del barrio, ahora médico en Tenerife, viene también en cada temporada...», encadena, entre recuerdos. «Nuestros bañadores tuvieron siempre fama, como uno marinero de Majestic que arrasó. No olvido tampoco las bragas anunciadas en la tele como las que ‘eliminan solo lo que sobra' y que fueron un furor... Hasta la crisis, teníamos colas», evoca, no sin añoranza. «Pero siempre nos mantuvimos», aclara.

«Creo que la gente aprecia que sigamos como una lencería clásica, de las de toda la vida. Los peregrinos nos dicen: ‘‘En otros países de Europa ya no hay tiendas como esta; donde te enseñen además cada caja...". Muchos, cuando repiten en el Camino, vuelven aquí», apunta, señalando que en el negocio solo hubo una reforma, algo que contrapone con la transformación que hubo fuera. «Yo empecé en una rúa de San Pedro que tenía doble sentido. Viví cinco levantamientos de la calle, lo que fue duro... Antes aquí había mucho más negocio de proximidad, frente a la carencia actual de carnicería, pescadería, tienda de zapatillas... Aquí los comerciantes nos compramos unos a otros. Somos una piña. Conmigo en la tienda está ahora María, nacida en el barrio», enlaza con orgullo sobre la joven dependienta que la animó a dar el salto a las redes.

«Fuimos a un curso y en los últimos años nos lanzamos a hacer vídeos para Facebook e Instagram. En esta lencería antigua, y a mi edad, no dudé en hacer desfiles tanto en bañador como en vestidos de playa, batas, camisones y zapatillas... Pensé: "¿Acaso no me pongo en bañador en la playa?"», razona divertida. «Muchos vecinos bromean conmigo o me dicen: "Tes valor...". Pero al final ven los vídeos y me piden por privado que les aparte productos», añade riendo, reconociendo haber tenido siempre arrojo. «Hace 20 años, a mis 45, fui de las primeras en Santiago en dejarme el pelo blanco por un problema con el tinte. La gente defendía que me ponía años, pero yo me gusté, y al final muchos me copiaron en la calle», afirma, sin dejar de nombrar a San Pedro. «Tanto quiero a este barrio que mi hija y yerno llamaron a mi nieto Pedro», acentúa.