La ruta incluye paradas en los templos de Santa María de Buazo y San Pedro de Brates
28 sep 2024 . Actualizado a las 21:49 h.La iglesia de Santa María de Buazo, en Boimorto, con su campanario de aires primitivos, se ha ganado el derecho a figurar en el grupo de las joyitas que se encuentran prácticamente ocultas en el mundo rural gallego. Con bancos y mesas, el entorno es relajante, y la vista se va tanto a la cruz antefija (esa que está en lo alto del tejado en la parte de atrás) y a la puerta lateral, a las tumbas en piedra y al espacio exterior que hay para meterse a cubierto si pega mucho el sol o a la lluvia le da por aparecer.
Santa María de Buazo es también música, la que pone el río que da nombre a esa parroquia, una música que acompaña al visitante cuando se anima a dar un paseo por la preciosa pista suavemente ascendente que arranca pegada a los muros del cementerio. No lleva a ninguna parte que figure en las guías, es simplemente un paseo que puede ser circular —pasando ante la parada de autobús más lamentable del país—, corto y sin pérdida.
Nogaredo ofrece un establecimiento para reponer fuerzas, antes de ganar un stop y tirar hacia Frades, a la derecha y dejar un hórreo de madera a la mano contraria que, de tener alma, se alegraría si recibiese algunos mimos. El paisaje muestra que esta zona no puede ser calificada de tan minifundista como el resto de Galicia, sin duda porque abundan las explotaciones de vacuno y se necesita tierra para plantar hierba y maíz.
En descenso se gana otro cruce (O Casal, Pazo, Fontao, Igrexa) y ahí hay que buscar la iglesia, que recibe mostrando su parte trasera. Mejor mirar hacia ella que no a otra parada de bus tercermundista, único punto negro del entorno. El cruceiro, con sus tres escalones, no anda lejos del notable gracias a su discreta ornamentación y a su capitel; arriba, una sencilla cruz.
Esto es San Pedro de Brates, con la hierba que la rodea muy bien cuidada en general. La pregunta es si el templo se levantó sobre un castro, algo que la fisonomía del lugar hace pensar. Más música, porque corre un par de arroyos minúsculos y saltarines. Desde el punto de vista artístico lo interesante es la fachada, que remite a los tiempos de ese barroco rural tan extendido por todo el noroeste peninsular. En ella destaca la alta hornacina con un San Pedro. En cualquier caso, el edificio se muestra sólido y grande, lo cual demuestra que en la parroquia hubo momentos de relativa riqueza que permitieron generar un excedente con el cual financiar la construcción del templo.
En descenso por un auténtico túnel de árboles se llega al Tambre, que por estos pagos sigue haciendo de frontera administrativa: aquí Boimorto, ahí Frades, que con un gran cartel reivindica su alma ganadera. Una carretera al menos decente conduce a un grupo de casas con una plaza y el enésimo cruceiro de la zona, con un capitel corto de altura pero muy bien trabajado. La Virgen y el Crucificado lo coronan.
Esto es Añá, donde tuvieron la buena idea de levantar el cementerio muy alejado de la iglesia de Santa María. Y esta, muy recientemente pintada, muestra en su fachada la inscripción «An 1939». O sea, fecha de reconstrucción, así, sin la «o» final de la palabra. Al menos el campanario es nuevo, copia del que tuvo que haber existido en otros tiempos. Y de otros tiempos podrían hablar las viviendas deshabitadas que avecinan ese edificio escondido y al cual los que por allí residen le tienen un gran cariño. Por eso lo cuidan.