«Hemos tenido la suerte de convertir nuestras aficiones en una profesión»

Juan María Capeáns Garrido
Juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

SANDRA ALONSO

Dirige junto a su marido Armando Barbazán un singular proyecto educativo

10 oct 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Charo Medina y Armando Barbazán dirigen desde mediados de los 80 uno de los proyectos educativos más singulares de Santiago. El colegio Santa Apolonia, ubicado junto a las orillas del Sar en la zona de A Rocha, es un ejemplo de diversificación y adaptación a los tiempos que ha ido creciendo con una oferta peculiar, muy distinta a la de los centros privados de la ciudad que ya estaban consolidados desde décadas antes. Esa frescura y la capacidad para orientarse hacia ciclos con demanda laboral han provocado que en la actualidad, además de la FP, tengan unidades educativas desde la guardería hasta bachillerato. Cuatrocientos alumnos y sesenta profesores en plantilla, nada menos.

Ni por asomo contaban con llegar a esas cifras, ni Armando, ni Charo. Ella nació en León pero a los seis años se fue a vivir a Ferrol, de donde era su padre. A Santiago llegó al cumplir 18 para estudiar Psicología, y aquí se quedó para siempre: «Ya es mi ciudad», dice convencida antes de relatar sus avatares para fundar el colegio. «Me llamaron para participar en un proyecto junto a unos dentistas para crear en Santiago la que sería la tercera escuela de protésicos dentales de España. Al final, por unas cosas y otras, me quedé sola al frente de la iniciativa y empezamos en un local en Rosalía de Castro en 1984», recuerda Medina. La matrícula funcionaba a un ritmo insospechado, y en cuatro años, junto a su marido, decidieron trasladarse a las instalaciones de A Rocha, zona en la que viven.

Allí encontraron una nueva dimensión. Charo monta a caballo desde pequeña, y en esa pasión coincidía con el negreirés Armando. Construyeron las cuadras y el picadero en 1990 y pusieron un gran cartel en Romero Donallo donde anunciaban su idea: «Estudia y monta a caballo», recuerda ella. «Pasamos de ser el colegio de los dentistas -de ahí el nombre de Santa Apolonia, la patrona- a ser el colegio de los caballos». La imagen del centro se identificó enseguida con la hípica y la naturaleza, y les permitió posicionarse en el mercado educativo. Hoy, toda la comunidad sigue con atención cualquier noticia que llegue desde las cuadras. Con tantos niños y de tan diferentes edades cada jornada es «distinta», un torbellino. «Aquí ejerces todos los días de psicóloga», comenta Medina, que estudió la carrera en la USC y está convencida de que su formación le ha dado muchas tablas para llevar las riendas de un colegio tan peculiar. «En Santa Apolonia conseguimos enderezar a muchos chicos difíciles, y aunque siempre puedes tener un disgusto creo que es un maravilla poder trabajar con la gente joven, te da mucho espíritu». Su hijo Juan Antonio también está implicado en el proyecto y es un gran apasionado del audiovisual. «Es el que vende el colegio al exterior con los vídeos de las actividades», asegura la directora, que tiene un amplio equipo de docentes en el que ha tenido que delegar responsabilidades al crecer el colegio.

Ahora están inmersos en la apuesta tecnológica. Con un modelo basado en las escuelas Apple, los encerados han desaparecido. Tras unas obras complejas este verano también sustituyeron el ladrillo de las paredes por cristales para hacer las aulas más abiertas. Los niños trabajan con tabletas electrónicas en el piso inferior, mientras en otras salas, siempre en pequeños grupos, los alumnos de ciclos de FP experimentan en los laboratorios. «Tenemos un nivel de inserción laboral altísimo y a veces nos vienen a buscar a chicos y chicas que todavía están estudiando», dice con orgullo la responsable del Santa Apolonia.

El proyecto digital ocupa ahora buena parte de sus inquietudes, pero todo se hace con verdadera pasión. «Creo que la clave es que tanto Armando como yo hemos tenido la suerte de convertir nuestras aficiones en una profesión. Eso es».