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Los rituales más peregrinos del Camino

David COsTOYA / s. l. SANTIAGO / LA VOZ

SANTIAGO CIUDAD

PACO RODRÍGUEZ

Todo tipo de «recuerdos» salpican los últimos quince kilómetros de la ruta francesa

26 ago 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Los últimos quince kilómetros del Camino Francés se reflejan en las caras de los peregrinos con una mezcla de alegría y agotamiento, pues saben que su destino, Compostela, está ya a la vuelta de la esquina, o casi. El sprint final comienza bordeando el aeropuerto de Lavacolla y, al dejarlo atrás, comienza una sucesión de senderos entre la vegetación, que se alternan con tramos por medio de los pequeños núcleos de población hasta llegar al Monte do Gozo. Los mojones con la vieira amarilla escoltarán el trayecto de los viandantes, aunque no serán los únicos acompañantes en la ruta. Por todos los lados se pueden apreciar las marcas de que otros peregrinos pasaron antes por allí: guijarros, estampas religiosas, pegatinas y hasta prendas de ropa.

Antes de llegar a la aldea de San Paio, sorprende la estratégica colocación de una zapatilla sobre un cartel de «No pasar». Al lado de esto, múltiples pegatinas motean una farola, y una pintada con forma de corazón luce en un mojón coronado por piedras.

Abandonando la pequeña población se San Paio, los caminantes se vuelven a internar entre la vegetación. Este tramo discurre entre árboles, senderos de tierra, y el paso por un túnel para cruzar la autopista. Más adelante, la ruta va mostrando casas y granjas, y al final deriva en Lavacolla. Los caminantes hacen un alto en el camino para beber agua en la fuente de la iglesia de San Paio de Sabugueira. Allí también se aprecia el paso de otros peregrinos, por ejemplo con mensajes como «Siempre caminaréis a mi lado Patrick, Carlos», una inscripción anónima que desde julio de este año luce en una señal de la ruta.

Al cruzar la carretera nacional en dirección a Vilamaior, los romeros pasan al lado del arroyo Lavacolla, donde desde época medieval, sus riberas eran un punto para asearse por entero antes de entrar en la ciudad. Hoy en día existe una pasarela, donde muchos paran a reponer fuerzas. En Vilamaior, el olor de los trabajos agrestes da la bienvenida a los peregrinos, pero también lo hacen un sillín de bici y una manzana, que se apilan en perfecto equilibrio encima de un mojón.

Al pasar la vecina aldea de Neiro, llama la atención un gran vallado que exhibe cientos de cruces hechas con ramas y hojas de eucalipto. La alusión a la religión es clara, aunque posiblemente muchos peregrinos dejen allí su huella por inercia e imitación.

El recorrido sigue hacia el Monte do Gozo, donde se aprecia más afluencia de caminantes. Ya en este balcón natural a la ciudad, la llegada de peregrinos queda atestiguada por los cientos de recuerdos que «decoran» el monumento del lugar. Desde fotografías, zapatillas y gorros, todo tipo de efectos cuelgan de los relieves como si de una ofrenda se tratase. Tampoco faltan las recurrentes piedras. Por otra parte, a pocos metros del lugar se erigen cruces con ramas, de las que generalmente también cuelgan piezas de ropa.

No obstante, el «gran altar» peregrino es el cartel indicador de la entrada en Santiago. El ritual manda sacarse la foto de rigor, pero en esta señal apenas se pueden distinguir las letras debido a todas las pegatinas, calzado, banderas y todo tipo de testigos físicos de la llegada de los caminantes que la abarrotan.

Dejar piedras para abandonar las penas y crear comunidad

 

 

El paso de los caminantes queda comúnmente marcado por sencillos guijarros. Estos forman pequeñas aglomeraciones, que generalmente se emplazan en los mojones de la Ruta Jacobea. Nadie sabe quién los empezó, pero casi todas las señales que lucen la flecha y vieiras amarillas están rematadas por estos montículos.

En origen, cuando no existía señalización formal, se cree que los pequeños montones de piedras informaban al viajero de que esa ruta la habían seguido más romeros. Sin embargo, esto cambió en algún momento, y hoy en día la acción de depositar una piedrecita en un determinado lugar del Camino tiene una función de autoayuda. Christian Kurrat, doctor en Sociología y experto en el Camino de Santiago, explica que dejar atrás las piedras simboliza dejar atrás los miedos, las penas y los problemas, que se quedan petrificados en el sendero. «Este ritual es, además, una manera de crear una comunidad de peregrinos histórica y diacrónica, una forma de hacer ver al resto de caminantes que hubo otros antes, y de este modo las nuevas piedras dejarán el mismo mensaje a los futuros peregrinos», añade Kurrat.

Ya sea para liberarse de las penas, con la voluntad de que el sentimiento peregrino traspase las fronteras del tiempo y del espacio, o simplemente por imitación, se siguen acumulando, día a tras día, cientos de testimonios de quienes van a Compostela.