Aquí se cansaron de borrar tatuajes de parejas que rompieron durante la pandemia

SANTIAGO CIUDAD

Ink Factory fue de los primeros en Santiago en ofrecer borrado con láser y repasan la peculiar historia de su negocio y otras anécdotas curiosas
06 ago 2021 . Actualizado a las 15:02 h.Miguel Rúa fue durante 18 años comercial para empresas de peluquería y belleza. Pero, a sus 40, una experiencia personal lo empujó a un cambio de vida. Fue cuando el ourensano se hizo su primer tatuaje, hace 6 años. «Resultó una desilusión, me encontré el típico estudio oscuro, sucio, de trato impersonal... y a raíz de eso surgió la idea de abrir mi propio negocio, con profesionales que sepan orientar a los clientes y en un espacio que te invite a pasar», narra. Desde que Ink Factory Tatuajes & Piercings se trasladó a Área Central, en el 2017, también ofrece borrado con láser de los tatuajes. Fueron de los primeros en prestar este servicio en Santiago y, asegura Miguel, «desgraciadamente hemos notado que se han roto muchas parejas durante la pandemia porque estamos borrando muchos tatus y haciendo mucho cover, que consiste en cubrir un antiguo diseño con uno nuevo».
Hoy, la demanda de una y otra técnica, señala, están a la par y e incluso ya gana el láser porque se empiezan a derribar muchos tópicos: «Hay una idea errónea de que el láser es un sistema muy doloroso, carísimo y que deja marcas; pero actualmente las máquinas de última generación ya no son como las que había antes. Son muy efectivas y muchísimo menos dolorosos. Ha habido un gran avance y en este momento se puede borrar con láser cualquier tatuaje». ¿Los más difíciles de eliminar? «Los que tienen mucho tiempo, especialmente si llevan color y los hizo un tatuador poco cuidadoso, que introdujo la aguja demasiado profunda. Hay mucha chapuza hecha los estudios de antes, donde no había la profesionalidad que hay ahora», responde Miguel, quien además tiene su propia empresa de fabricación de láseres para el borrado de tatuajes.
En Ink Factory notaron también en este último año un incremento en los clientes que quieren inmortalizar con tinta en su piel a personas fallecidas para recordar a esas personas que ya no están, señala el responsable del estudio. Explica que él no es tatuador y desde el principio trató de rodearse de los mejores. Su estudio nació en el 2015 en Teo, en una cabina de peluquería de Cacheiras, pero «se desmadró la cosa. Teníamos muchísima gente y decidí coger un local propio y contratar a un equipo de especialistas en los distintos estilos de tatuaje que, además de saber hacer muy bien su trabajo, fueran buenos en el trato con el cliente». Hoy la familia del Ink Factory es una piña y cuenta con David Honrubia, experto en realismo y cover; Levis, en realismo y línea fina; Marcos Cabo, neoclásico y manga; Jude, minimalista y piercing; y Fran Jalda (la última incorporación), de estilo tradicional.
E perfil de las personas que entran por la puerta de su estudio es muy variado y entre sus clientes hay también personas que superaron los 60 años que acuden a hacerse su primer tatuaje. Miguel es la persona que agenda las citas y tiene el primer contacto con el público, por lo que escucha todo tipo de historias de todo tipo que motivan los tatuajes y ocurrencias. «La idea más surrealista, siempre lo digo, fue la de un chico que nos llamó desde A Estrada y quería tatuarse en la cara a Pablo Escobar. Después de una charla, conseguí convercerlo de que si al día siguiente seguía con la misma intención, se lo hacíamos», indica. ¿Relatos emoticos? «Hay mucha gente que se hace un tatuaje por un amigo fallecido. Es el más recurrente, y muchos temas relacionados con los abuelos. Recuerdo en especial a una persona joven que había perdido a una hija y me impresionó mucho la entereza con la que lo contaba, porque además tenía a otra hija en el hospital. También hay mucho desamor... casi tanto como amor. Una clienta vino hasta tres veces a hacerse a hacer un cover de su expareja para poner el nombre del que lo había sustituído».
Reconoce Miguel que el primer tatuaje que le hicieron «fue un flechazo. Llevaba mucho tiempo dándole vueltas a la idea de hacerme uno, hasta que un día un cliente me enseñó el suyo y, buscando a su tatuador, encontré un árbol de la vida con raíces que formaban un corazón realista». Hoy, confiesa, ha perdido ya la cuenta de los que tiene.