Jesús Cernadas: «La idea impactó y ahora todos quieren aprender a conducir en un Mercedes»

SANTIAGO CIUDAD

El santiagués aclara la razón por la que la autoescuela Montecarlo, con más 40 años de historia, suma fieles. También se posiciona sobre los cursos de recuperación de puntos: «En ellos vi desde alcaldes a guardias y entrenadores de primera división»
05 dic 2021 . Actualizado a las 10:04 h.Aclara que, en su caso, formar a futuros conductores «es pura vocación», una aptitud que le ha ayudado a resistir el ritmo frenético que la pandemia desató en las autoescuelas, con miles de peticiones para sacar el carné. «El bum aún continúa, y en todos los permisos», constata Jesús Cernadas, el dueño de la autoescuela Montecarlo, una de las firmas compostelanas veteranas en el sector. «Mi padre la montó en 1978, cuando regresamos de la emigración. En ese momento había otro auge y él no dudó», subraya a sus 50 años este parisino de origen y santiagués de adopción, que liga sus recuerdos infantiles a la calle de La Rosa, donde vivía y donde su familia abrió un primer centro. «Aún hay quien me pregunta por qué mi padre escogió el nombre de Montecarlo. Es curioso porque casi nadie lo relaciona con el rali, pero fue por eso. Él estaba viendo la prueba en la tele y se le ocurrió», explica divertido sobre una de las dos características que ayudó a que el negocio no pasase desapercibido. «A la gente lo que aún le llama la atención son los coches. A él le gustaban los vehículos grandes, algo lujosos, y en 1990 probó a meter un Mercedes 190 en su empresa, a ver qué pasaba. Al principio se escuchaba la pregunta de si era una autoescuela para ricos, algo que desmontaban nuestros precios, pero rápidamente la apuesta caló. Los conductores probaban el coche y, si estaba reservado, se quedaban en lista de espera antes de practicar en otro. Me acuerdo de una señora de 70 años que me decía: "Suso, de aquí non me baixo"», evoca risueño. «La idea impactó y ahora todos quieren aprender a conducir en un Mercedes. Hasta aquí vinieron alumnos desde León», remarca. «Desde que mi padre introdujo el primero, echamos mano de todos los modelos. Ahora, junto a otras marcas de alta gama, tenemos tres, el más antiguo, del 2003. Si no lo descarto es por nostalgia», comenta. «Es nuestra publicidad. De hecho, no hacemos más. Un menor gasto que creo que nos ayudó a superar mejor las crisis que hicieron flaquear al sector», resalta al analizar su trayectoria.
Convencido de mantener esos modelos, fue en el 2014 cuando asumió las riendas del negocio en el que se había bregado como profesor. «Empecé en la época en la que en Santiago había muchos universitarios. Era un no parar», destaca al revivir unos años intensos de los que guarda decenas de anécdotas. «Aquí se conocieron parejas que luego se casaron», desliza, sin olvidar tampoco al público adulto. «Un caso que me marcó fue el de un señor de 83 años que necesitaba el carné. Lo consiguió a la primera, y sin un fallo. Ver ese logro, y poder ayudarle, emociona. Años después, te acuerdas de los nombres», enfatiza, antes de incidir en la edad. «Lo ideal es sacarse el carné a los 18 años. Hasta hace poco obtenerlo en ese momento era un premio, pero ahora esa ansia no existe, creo que porque los jóvenes tienen otras formas de desplazarse y relacionarse. Son los padres los que insisten. Yo tengo dos hijas, una que desde abril es mayor de edad, y no logro que se presente. En casa del herrero...., pero lo sigo intentando», acentúa sonriente y con tesón. «Algo que me motiva es impartir los cursos de recuperación de puntos, donde el formador aprende a nivel psicológico y donde intento que los asistentes se pongan en el sitio de los demás. Las clases me gustan también por la variedad. En ellas vi desde gente que salió de la cárcel hasta guardias, alcaldes o entrenadores de primera división, normalmente de otras ciudades por una cuestión de privacidad. Tú no sabes quiénes son hasta que les das el certificado final. Un día llegó uno de tráfico, vestido de verde, y me dijo: "a esos compañeros que piensan que a los agentes ‘nunca los cazan’ coméntales que perdí todos los puntos en radares fijos"», recalca, sin dejar de reflexionar sobre las infracciones y la conducción. «Creo que en Santiago lo que menos se entiende son las glorietas. Para mí, por su congestión, la más complicada es la de la Galuresa. Mis alumnos, en cambio, afrontan con reservas Fontiñas, por los cruces», apunta, aludiendo de nuevo a una autoescuela que en la última década no dejó de crecer, con un local más amplio en la rúa Nova de Abaixo y con centros en Muros y Noia. «Al final, cada año enseño a más de mil alumnos, también en fines de semana, pero disfruto. Yo descanso trabajando. No me veo en otra cosa», sostiene. «Soy tan exagerado que voy a tirar la basura en coche», bromea sin descanso.