El viaje del artesano de Santiago que empezó en la India, arraigó en México y ahora marca la diferencia en su tierra
SANTIAGO CIUDAD
Rafael Díaz vende sus piezas a pie de calle y continúa estudiando con 64 años para seguir creciendo artísticamente
07 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Aunque Rafael Díaz Lorenzana nació en Santiago y creció en el corazón de su casco histórico, entre las plazas que rodean a San Martiño Pinario y la de la Pescadería Vella, tiene un deje mexicano en el acento. Allí pasó 37 años, nada menos, este trotamundos que hoy vende sus piezas de artesanía en uno de los puestos ambulantes de la zona monumental de su ciudad. Con 18 años emigró a Suiza y consiguió allí una comodidad económica que le permitía visitar otras partes del mundo. Así fue cómo descubrió su vocación creativa, en uno de sus viajes, relata el picheleiro de 64 años (cumplidos esta misma semana): «Empecé como artesano en la India. Los joyeros allí trabajan en la calle. Yo siempre fui bueno con los trabajos manuales, dibujando... y era algo que me llamaba la atención. Me sentaba tomando un té junto a ellos y me explicaban lo que hacían en un inglés medio raro».
La vida lo llevó luego a San Andrés Tuxtla, en Veracruz, y en este país fue aprendiz de un maestro artesano, Lino Larios, ya fallecido. «Fue muy buen maestro. Él me enseñó otro tipo de técnicas, cómo sustituir el ácido por sal y limón, o utilizar para hacer el molde de los fundidos una mezcla de cemento gris y aceite de motor, que además la puedes reutilizar y cada y cada vez es mejor». Rafael ya vivía en México de la fabricación artesana de joyas, pero decidió hace dos años y medio dejar la ciudad donde vivía —Tulum— y regresar a su tierra con su hijo: «Él es esquizofrénico y allí la seguridad social y los hospitales no andan muy bien...».
Convencido de que nunca es tarde para seguir aprendiendo, Rafael se matriculó a su regreso en la EASD Mestre Mateo. «Hice joyería artística porque este es un mundo que evoluciona cada rato y quería aprender técnicas diferentes y sobre los mecanismos y herramientas nuevas», cuenta un hombre al que no le importa ser el mayor de la clase y tener la misma edad que su profesora. De hecho, este curso hará escultura.
En su puesto callejero muestra una pequeña parte de su trabajo: «Son piezas bastante sencillas, no muy elaboradas, porque las cosas baratas son más fáciles de vender. Sobre todo hago soldadura de plata con piedras, aunque también utilizo otros elementos: latón, alambres, un poco de macramé, coral...». De carácter afable y cercano, Rafael explica que la venta ambulante es «dura, porque tienes que competir con el comercio y siempre te regatean porque hay muchos que no valoran que lo hagas todo a mano». La parte más bonita, añade, «es la libertad». «Para mí crear es como una terapia, una meditación. Lo más duro es vender», sostiene entre risas.
«Antes de venir para España ya vendía a veces en verano aquí», aclara un santiagués criado en una familia numerosa, de 9 hermanos. Actualmente tiene su taller en casa, donde trabaja con el fuego y otros procesos que resultan más complicados de llevar a pie de calle, donde avanza habitualmente en las composiciones con alambre para collares, pulseras, pendientes... Entre su clientela hay tanto visitantes que vienen de paso (sobre todo americanos) como vecinos de la ciudad, ya que «cada vez hay más gente que me está conociendo y me pide reparaciones o encargos».