Es tradición que, publicadas las notas de la selectividad gallega, los periódicos lleven a portada y entrevisten a los estudiantes con las mejores calificaciones. Para ser precisos, este año deberíamos referirnos a las estudiantes, pues las mejores han sido Lucía, Rosalía, Uxía, Claudia, Olalla, Aroa, Eva, María, Sara... Ellas no pretendían demostrar fuerza colectiva de género, ni empoderamiento individual, solo demostraban su capacidad intelectual en un momento crítico de un año duro.
La ABAU resulta fácil de superar por un alumnado que viene preparado para la misma desde la enseñanza secundaria. Aprueban nueve de cada diez. Sin embargo, con una oferta de plazas universitarias limitada, es una prueba que iguala oportunidades y sirve de filtro para la concurrencia en las carreras más demandadas. No hay más que ver en qué grados se van a matricular las entrevistadas: Medicina, Física, Matemáticas, Derecho o Periodismo.
Hay defensores y detractores de los ránkings entre universidades, facultades, grados, centros de secundaria o estudiantes. De hecho, en la prensa salen los listados de aptos en la ABAU sin calificaciones, pero acto seguido se inicia la búsqueda de protagonistas, porque constituyen ejemplos generacionales. Este año, 1.363 estudiantes sacaron más de un 9.00 en la prueba; son unos 500 más que en los años anteriores a la pandemia. Ni se suprimieron contenidos, ni se bajó el rigor en la corrección, pero, como los modelos de examen tenían una mayor opcionalidad, los estudiantes de sobresaliente han sobresalido más que nunca, también porque se han esforzado de un modo excepcional en unas circunstancias excepcionales.
Ahora bien, entre ese alumnado excelente, 920 son mujeres (67,50 %) y 443 son hombres (32,50 %). Dos tercios, ellas; un tercio, ellos. Los de ciencias certifican la evidencia, los de letras sabemos que selectividad y universidad son palabras femeninas. En la segunda selectividad de la pandemia: bien ellos, magníficas ellas.