Hace seis años, Conrad Roy se quitaba la vida animado por su novia. Un documental de HBO revela que no todo fue tal y como se contó
02 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Hace ahora seis años el mundo asistía estupefacto a un trágico suceso: Conrad Roy, un joven de 18 años de Mattapoisett (Massachusetts), que se acababa de sacar la licencia de capitán de barco, se suicidaba en su vehículo respirando monóxido de carbono. Pero no fue su muerte la que conmocionó a la opinión pública, pues al fin y al cabo anualmente miles de jóvenes en todo el mundo toman la misma decisión -solo en España, 167 personas de entre los 10 y los 24 años de edad se suicidaron en el 2018 (últimos datos oficiales disponibles)-, sino las circunstancias que rodearon al caso. Inmediatamente la policía y los medios de comunicación pusieron el foco en Michelle Carter, la novia del muchacho. Y es que con tan solo 17 años le había animado a dar ese paso fatídico, a juzgar por las conversaciones del móvil que pronto salieron a la luz.
«Bebe lejía. ¿Por qué simplemente no bebes lejía?», le preguntaba en una de ellas. «¿Lo harás hoy?», le preguntaba en otra. «Cuélgate, salta de un edificio, apuñalate. Hay muchas maneras», insistía. Tras acceder a miles de mensajes que los jóvenes intercambiaron entre 2012 y 2014, la Fiscalía entendió que había indicios suficientes para acusar a la joven de homicidio involuntario.
El documental Te quiero, muérete (2019), disponible en HBO, sigue el juicio contra Michelle en dos episodios de alrededor de una hora de duración. En ellos se desvela que no todo fue tal y como se contó en unos medios de comunicación estadounidenses, acostumbrados a dibujar víctimas y verdugos con suma facilidad.
El final es conocido. La joven fue declarada culpable y condenada a pasar 15 meses en un correccional del condado de Bristol, en Dartmouth, Massachusetts, aunque salió en enero de este año, con 23 años. Pero el documental de Erin Lee Carr no se queda ahí y describe la extraña relación que los jóvenes mantenían en base a los mensajes que intercambiaron y que vertebran la narración.
«Era una relación virtual, muy propia del siglo XXI. Apenas se vieron cinco veces. Era algo secreto y totalmente destructivo para la salud mental», explica una de las periodistas que siguió el caso. Y es extraño porque a ambos solo les separaban 65 kilómetros de distancia -ella es de Fairhaven, también en Massachusetts-. Junto a los mensajes en los que pronto se declararían su amor, aparecen los testimonios de unos padres, los de Conrad -los de Michelle no quisieron participar-, que se sienten culpables. «Dejó de ser él mismo cuando nos divorciamos», explica la madre. Y un vídeo casero muy esclarecedor en el que Conrad explica que tiene ansiedad social, que en los últimos años se ha convertido en una especie de monstruo a causa de la depresión y que no se explica cómo de niño pudo ser tan feliz. «Me cuesta concentrarme, tengo pensamientos acelerados y suicidas, pierdo la memoria, soy basura», llega a decir.
Poco a poco, Conrad fue desvelando esa parte de su personalidad a una Michelle llena de complejos e inseguridades. No lograba mantener amistades y era muy dada a la mentira y a la teatralidad, como explican algunas de las chicas que tuvieron relación con ella en el instituto y que dan testimonio durante el juicio. Buscaba, a menudo, llamar la atención para sentirse integrada. Llegó a decir a una de ellas que el día de autos Conrad, asustado, había salido del coche y la llamó. «Vuelve a meterte en el coche. Hazlo y punto», dice que le dijo. Todos los diarios recogieron aquella frase, pero no hay una prueba real que la sustente. Se lo pudo haber inventado.
Intentos anteriores
Precisamente la segunda parte del documental aporta elementos no tan conocidos de la historia, como que Conrad ya había intentado suicidarse hasta en cuatro ocasiones, o que había recibido ocasionalmente malos tratos por parte de su padre. Así las cosas, ¿hasta qué punto era Michelle culpable de algo? Parte de la estrategia de la defensa consistió en dejar claro que ella también tenía problemas mentales.
Era bulímica y tomaba medicamentos, que incluso podrían haberla intoxicado hasta el punto de no ser capaz de distinguir el bien del mal. Lo cierto es que los mensajes de Conrad en torno al suicidio eran cada vez más insistentes. «Es posible que ella pensara que realmente le estaba ayudando», explica un perito.
«El suicidio es producto siempre de una etiología múltiple. Como personas, no hay dos casos iguales», explica Noelia Navarro, doctora española en Psicología. Ahora bien, en el caso de las personas jóvenes, esta especialista cree que en ocasiones «no cuentan con herramientas suficientes para gestionar las emociones». «En cualquier caso, en la base siempre hay un problema psicológico, al que se le suman otros factores de riesgo», concluye.