Álex de la Iglesia: «No es lo mismo un periodista que una persona que solo tiene seguidores»
PLATA O PLOMO
El cineasta dirige «1992», serie de Netflix que recupera la Expo de Sevilla y retrata un país que sigue sin entrar en la modernidad por culpa de la corrupción
13 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.A Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) le gusta de vez en cuando echar la vista atrás para recordar de dónde venimos. En 1992 recupera la memoria de la Expo de Sevilla, cuando España iba a entrar en la modernidad. Lo hace desde el presente, con una serie de crímenes firmados con la figurita de Curro, la mascota de la muestra. Marian Álvarez y Fernando Valdivielso, viuda de uno de los asesinados y un expolicía y exalcohólico, conforman la improbable pareja de investigadores en este thriller en seis entregas. Políticos corruptos, un monstruo gótico en chándal y muchos viajes en AVE de Madrid a Sevilla en una serie que Netflix estrena este viernes.
—El año de la Exposición Universal en Sevilla usted estaba rodando su ópera prima, «Acción mutante», producida por Pedro Almodóvar.
—Tengo el recuerdo que tiene todo el mundo, el de encontrarnos en un momento decisivo en la historia de España. Veníamos del final de la dictadura, conseguimos sobrevivir a la Transición y, de pronto, hay un momento como de felicidad y optimismo. En 1992 dijimos: «Vamos a abrirnos al mundo, vamos a enseñar de lo que España es capaz». No pude ir la Expo, pero veía todos los días las noticias y estaba angustiadísimo pensando que algo podía salir mal.
—Y salió.
—Esos temores de que no íbamos a llegar a tiempo o que algo podía salir mal se concretaron cuando la carabela naufragó. Inmediatamente pensé que había una mano negra detrás. Hay un complot, nos quieren hundir. Imagínate ya cuando se incendió el pabellón. Uno trabaja con los recuerdos, y cuando me encontré una foto fascinante de los Curros abandonados, cubiertos de óxido y polvo, pensé que allí había una película.
—La serie juega todo el tiempo con el valor simbólico del año 1992, cuando se suponía que España entraba en la modernidad. ¿De verdad entramos?
—De eso trata la serie. Somos los mismos, no ha habido un cambio. Seguimos con el lastre de la corrupción, con esa especie de mundo oculto tras una máscara. También hablaba de esto en Balada triste de trompeta y Mi gran noche. Vivimos con una máscara que esconde algo detrás. Y es impecable contarlo con el rostro de algo infantil, con la felicidad claramente fingida de Curro.
—Se deja también «Muertos de risa», que repasaba la España de los 70 y 80.
—Las soluciones están en el pasado. En eso soy tremendamente junguiano. En nuestra cabeza existen claves que no hemos resuelto y que se resuelven rascando, encontrando el origen de esa angustia. Puede ser sobrevivir a la opinión que tienen los demás y a la vida en sociedad, que a veces parece imposible. Lo solucionamos gracias a la máscara, a aparentar una felicidad impuesta, pero al mismo tiempo nos hundimos porque experimentamos la angustia de no ser lo que pretendemos ser.
—Ha hecho una serie con un malo que parece el Fantasma de la Ópera, pero los auténticos villanos son los políticos.
—Él es el monstruo utilizado; el Fantasma de la Ópera, como bien dices, el Jorobado de Notre Dame, subido a lo alto; Los crímenes del museo de cera, con Vincent Price manejando un mundo de muñecos... Es gótico, pero en un mundo que podía ser posible.
—¿Ha cambiado mucho ese mundo de políticos corruptos que hacen negocios en las comidas y después se van al puticlub?
—El mundo machote de copa y puro existe, lo tenemos ahí. Lo bonito de la historia es enfrentarlo a dos personas totalmente diferentes a ellos: un expolicía que acaba de guardia jurado en un centro comercial, fue un tipo duro y ahora está en Calzedonia. Y ella es como un guerrero de tercer nivel, con su espada y escudo, más dura que nadie pero con el aspecto de una mujer maltratada por la vida. Una viuda que quiere saber quién ha matado a su marido.
—El que sale desnudo en la serie es el prota masculino. Hace no tanto hubiera sido ella.
—Está bien que eso cambie. Los directores tenemos la labor de ver las cosas desde todos los puntos de vista. Por supuesto que los personajes femeninos que yo escribía hace treinta años eran distintos. No está todo hecho y espero seguir aprendiendo.
—La realidad se cuela en la serie, como en ese taxista que habla de bulos y conspiraciones. ¿Qué opina de la fiebre de desinformación que padecemos?
—Esa fiebre de la desinformación que sufrimos es normal, porque de pronto todos tenemos voz a través de las redes. Yo creo que eso es particularmente bueno, un cambio radical, el mayor en la historia de la comunicación. Dicho esto, las redes tienen sus contradicciones, sus spams. Ahora nuestra obligación es encontrar los filtros. Me dan pánico los bulos y las fake news, pero entiendo que ocurran. No es que los justifique, pero me parece que es consecuencia directa de la libertad de expresión.
—¿No cree que se debe frenar esa desinformación?
—Tiene que haber alguien que filtre la información, que te diga: oye chicos, al loro con esta puta locura que puede hacer daño. Es necesario un control.
—Después de los bulos en las inundaciones de Valencia y del triunfo de Trump muchos han abandonado Twitter.
—Ya, es tremendo. Yo estoy también en Threads, y tengo que hacerme de Bluesky. Podemos ayudar todos, pero sobre todo los profesionales de la información. Tenéis que decir lo que está pasando y nosotros ser conscientes de que las cosas hay que leerlas en un lugar determinado para contrastarlas. A través de profesionales, de gente que se dedica a la información. Tú te has dedicado toda la vida a esto, no es lo mismo escucharte a ti que a una persona de la que solo conoces que tiene muchos seguidores.
—Vamos, que no se va de Twitter.
—No. Entiendo Twitter, sé lo que pasa. Te encuentras con gente que te dice que no le gusta en absoluto tu cine y otros que no podrían vivir sin ti. Puedes cambiar la manera de ver las cosas. Hemos aprendido a convivir con los haters.
—Siempre ha dicho que es feliz en un plató, no le bastaba con dirigir películas y ahora las produce.
—Soy feliz, sí, no me gusta la nostalgia. Este sí que es mi mejor momento. Me dedico a lo que me gusta 24 horas al día, es alucinante. La vida como productor me ha enseñado mucho. Primero a escuchar y a ver las cosas desde otro punto de vista. Para mí es esencial Carolina (Bang, su mujer y socia en Pokeepsie Films). Por otro lado, ayudar a un director es mejor que ayudarte a ti mismo.
—Gracias a eso está en contacto con directores jóvenes. ¿Se siente a veces un «puto boomer» [sic]?
—Desgraciadamente soy un puto boomer y es difícil de disimular, ja, ja. Hay un cuento de Poe, El hombre de la multitud, en el que el protagonista vive de la energía de los demás. Cuando a ti te falta, necesitas estar cerca de jóvenes que tienen más energía que tú. Me gusta trabajar con equipos jóvenes, se enfrentan a las cosas con una energía a veces preocupante. Pero estar todo el tiempo diciendo «esto ya lo he vivido» es ridículo. Y te enseñan cosas que no has vivido, es un hecho.
—Sus hijas ya son veinteañeras.
—Tengo cuatro: de 6 y 8 y de 20 y 22. Mi hija mayor ha estudiado Historia del Arte y ahora está trabajando en exposiciones. Y la otra estudia en la Escuela de Cine de la Comunidad de Madrid y es documentalista, no le gusta la ficción. Estoy totalmente vigilado, ja, ja.
—A estas alturas, ¿a qué aspira en su carrera?
—Más que aspirar yo hablaría de disfrutar de la vida en presente. Hay un objetivo inmediato, hacer una película, pero no me gusta esa visión de «obra». Prefiero el día a día, vivir rodando.
—Pero llegará el momento en el que se hará una retrospectiva de Álex de la Iglesia...
—Me han llamado de China para hacerla, ¡dios mío! No tengo consciencia de una trayectoria. Lo que me importa es trabajar.
—El año que viene cumplirá 60 años. Qué deprisa pasa la vida.
—Mira los grandes. Ridley Scott rodando como si tuviera veinte años... Nunca ha sido tan prolífico, ¡está vivo! Clint Eastwood, Saura no paró hasta el final. José María Forqué, Mario Camus...
— Y el día que dejan de rodar, enferman.
—Yo llevaba una temporada sin hacerlo y ahora me he puesto a rodar, porque si no me moría. Me temblaba un ojo del estrés, de verdad.
—¿Qué es el éxito?
—Rodar. Que hables con un productor y no esté pensando en las cosas que has hecho. Valer lo que vale tu última película no es un problema, sino una ventaja. Vivir de las rentas es una tontería, vuelves a empezar todo el rato. No me parece mal, porque te mantiene vivo. Si me preguntas por Scorsese, lo más atrás que voy es El lobo de Wall Street, extraordinaria. Sí, esa es una de las razones para estar vivo: ver qué va a hacer Scorsese.