Colpaso del mundo de «Citadel», los últimos estrenos de la saga han pasado con más pena que gloria
PLATA O PLOMO
No funciona el boca-oreja, nadie habla de una de las últimas grandes apuestas del brazo audiovisual de Amazon, una franquicia de espías que ya cuenta con tres producciones estrenadas que no han hecho mucho ruido
18 dic 2024 . Actualizado a las 05:00 h.A estas alturas podemos afirmar, si apenas titubeos, que la medida del éxito en las plataformas en streaming es muy discutible, incluso débil si hablamos de continuidad. Se premia el número de visualizaciones, pero no la calidad del producto, lo que repercute en su calado real en el consumidor final. Los estrenos, anunciados a bombo y platillo, cada día duran menos como tema de conversación. Figuran unos días en el primer puesto del ranking para desaparecer poco después, prácticamente del todo. Van a tope, sin duda, pero se desinflan con facilidad. Récord de visionado, pocos comentarios positivos entre la audiencia, efecto gaseosa.
Que una película o serie sea la más vista del momento se interpreta como una victoria, pero, pensando en el futuro, quizás no todo el mundo repita, si hay una nueva temporada, o, directamente, el personal hastiado prescinde de cualquier lanzamiento que huele a más de lo mismo.
Prime Vídeo sufre especialmente este problema de actualidad. Anunció por todo lo alto el grandilocuente mundo de Citadel, una de las propuestas más caras de la historia del medio audiovisual, y el fiasco fue sonado. ¿Se imaginan un universo cinematográfico de espías? Con derivaciones rodadas en otros países, con los hermanos Russo manejando los hilos. De momento, tras tres estrenos disponibles en el catálogo bajo demanda de Amazon, los primeros pasos del plan maestro no han llegado, ni por asomo, a la meta soñada. Citadel: Diana y Citadel: Honey Bunny se han unido a la causa sin pena ni gloria.
El número de plays no sirve como termómetro de calidad, no es sinónimo de nada en términos creativos, queda claro, pero cuando una apuesta grande flaquea, alguien debería preguntarse qué está pasando con el gusto del espectador medio, la oferta real y la demanda dirigida. Los Russo, aplaudidos -en exceso- tras firmar el incontestable díptico que elevó estratosféricamente el universo cinematográfico de Marvel (Vengadores: Infinity War y Vengadores: End Game), no están demostrando una fiera personalidad propia ni una carrera apuntalada con posterioridad. Con la mente fría, cabe preguntarse, inevitablemente, si su gloria viene dada, en gran medida, por la naturaleza del proyecto que tuvieron entre manos, vinculado al entonces boyante género de superhéroes, con unos personajes en alza, disparados comercialmente, con gran calado entre público y publicitados por anticipado.
Llevaron bien las riendas de ambas películas, no hay que restar valor a su trayectoria, aunque, lejos de La Factoría de Ideas, sus siguientes iniciativas no han tenido gran peso: Cherry y El agente invisible. A la espera de que vea la luz la ambiciosa Estado eléctrico, a principios del próximo año en Netflix, a los discretos filmes citados hay que añadir Citadel, un amasijo de estereotipos sobre espionaje internacional cuyo germen, probablemente, se mira en el paso de los cineastas por la serie Agent Carter, antes de dar lustro a el Capitán América y compañía.
Multiverso
Los Russo aceptaron el encargo de crear una suerte de multiverso para Prime Video, teniendo en cuenta algunos hits de la plataforma: Jack Ryan, La lista final, Reacher. La serie matriz, Citadel, comenzaba con un capítulo piloto con espectaculares escenas de acción que derivaba en un culebrón con ínfulas, poco aplicado y nada sorprendente. Así, la chispa que, supuestamente, encendería el mundo de Citadel, con múltiples spin-offs filmados en diferentes lenguajes y continentes, se quedó a medio gas.
Chocaba, especialmente, que apenas se notaba la ostentación de medios con un presupuesto millonario, algo que ha sabido corregir Los anillos de poder en su segunda temporada. Citadel: Diana y Citadel: Honey Bunny han continuado regando la semilla de una jugada lejos de ser maestra.
Poca gente, o directamente nadie, intercambia impresiones sobre Citadel y secuelas, en el día a día o las redes sociales, lo que indica que no está interesando, independientemente de sus horas de visionado. La franquicia, un intento de cruzar las tribulaciones de James Bond con la saga Misión Imposible y Matrix, sigue, porque Amazon puede.
Continúa apostando por algo así, sin posibilidad alguna de arruinarse, porque en otras circunstancias habrían rodado cabezas. Citadel: Diana no ha logrado mejorar el estado de las cosas, a pesar de la entrega de su protagonista, Matilda De Angelis (The Undoing), y el grueso del reparto. Rodada en Italia, presenta a una agente encubierta de la agencia de espionaje internacional que da nombre al tinglado. Abandonada entre las filas del enemigo, Manticore, decide desaparecer del mapa y dejarlo todo, algo que nos suena de algo y, por supuesto, no será fácil. La lucha por el poder, el honor y la traición vuelven a estar sobre la mesa, sin fuerza ni originalidad, contribuyendo con escaso combustible a la maquinaria.
Citadel: Honey Bunny, por su parte, llega desde India, respetando la estética y virtudes de Bollywood, para lo bueno y lo malo. Esta aportación a la construcción de la franquicia tampoco es para tirar cohetes. Cuenta con algunas secuencias movidas de agradecer, y algo del delirio propio de las producciones de esta guisa, pero no va más allá del simple entretenimiento. Quizás sea la propuesta más aceptable del trío de lanzamientos disponibles hasta la fecha, pero tampoco supone el despegue de una idea renqueante que parte de un uso excesivo de los clichés del género.
Aquí, una actriz en proyecto, inocente y apocada, se junta con un actor lumbreras, doble de acción, que trapichea en temas de espionaje de andar por casa. Una intervención se les va de las manos y la relación acaba explotando, con una hija en común de por medio. Más de lo de siempre para el regocijo de. ¿quién? Hay demasiadas series y películas en esta línea, no destacar es un pecado mortal que en el mundo audiovisual se llama «cancelación» o «no renovación». A ver en qué acaba este carísimo desatino.