Lucrecia Orozco conoció a Alejandro Toledo, actual presidente de Perú, cuando era un economista y ella una estudiante universitaria. Todelo dio una charla y, de paso, conquistó a Lucrecia. Fue hace 14 años, los mismos que tiene su hija Zaraí. Una niña que ha crecido viendo cómo su familia se dedicaba, casi en exclusiva, a conseguir que su padre biológico le diese su apellido. Zaraí está harta de hablar de lo mismo y se lo grita a su madre para que la periodista también lo oiga. Al final, sale de su cuarto con los brazos cruzados y la expresión desafiante de una quinceañera caprichosa. Enseguida, demuestra que no lo es. Habla con una seguridad apabullante. La única vez que duda es al referirse a su recién estrenado padre: «Mamaaá ¿Cómo debo llamarlo?...Bueno, el señor que me reconoció». -El viernes Alejandro Toledo aseguró que estaba feliz porque había ganado una hija. ¿Cómo te sentiste tú? -Bien, porque era el final de un camino que ya se estaba alargando demasiado. Por fin se ha hecho justicia. -¿Cómo fue el encuentro? -Normal, dadas las circunstancias, no me puse nerviosa. -¿Cómo te imaginabas que iba a reaccionar? -No quería imaginármelo, porque hubiera sido condicionar las cosas. Me abrazó, es algo que no pude evitar. Pero no pude corresponder a eso. No siento rencor, pero no puedo cambiar el hecho de que para mí es un extraño. -¿Qué piensas de él? -Que ha hecho lo correcto al darse cuenta de que su hija es un ser humano. -¿Crees que te ha utilizado como arma política? -Cuando hablé con él le dije que esperaba que no estuviera haciéndolo por una razón política, él me dijo que no y yo tengo que creerle. No tengo otra opción. ¿Sinceramente no tienes resentimientos? Sería muy tonto de mi parte porque, lo quiera o no, él es mi padre y no puedo hacer nada contra eso. No tengo por qué odiarlo ni juzgarlo. ¿Te gustaría que esa relación que ha surgido con un contrato se torne en algo más humano? Eso depende de él.