Ahí tienen una imagen perfecta del invierno, o de la Navidad si lo prefieren. Un paisaje blanco, un niño bien abrigado y un muñeco de nieve. Todo perfecto a no ser por las dos pistolas de juguete que se han colado en la estampa. Una la tiene el niño y la otra, el muñeco. Son dos objetos extraños en el paisaje, pero que nos ayudan a situarnos. La foto fue tomada en Grozni, uno de los puntos del planeta donde las pistolas tienen un valor especial: se hacen oír a diario. Cuando yo era una niña recuerdo cada mañana del 6 de enero con la misma ilusión que la mayoría de ustedes. Pero también recuerdo a mi vecino con su pistola nueva y sus ruidosos petardos. Inevitablemente siempre me tocaba chupar una ración de ellos cuando, a media mañana, nos enseñábamos los juguetes que nos habían traído los Reyes. Por increíble que parezca, hoy todavía se siguen regalando pistolas a los niños. No sólo a los chechenos. La pistola sigue siendo un icono universal, alimentado por toda la parafernalia televisiva. Reflexionen un segundo ¿realmente tiene sentido que un niño de cuatro años empuñe una pistola, por muy de juguete que sea? Es absurdo, ¿verdad? Pues obren en consecuencia y regalen otras cosas. No hay boda Ayer les contaba que me iba a casar con un voluntario. Era una broma, claro. Una inocentada. Supongo que muchos de ustedes ya lo imaginaron. Pero conviene aclararlo, porque como les decía ayer, estas cosas se sabe como empiezan pero no como acaban. Y a mi voluntario (porque aunque no haya boda, sí hay voluntario), todavía le dura el susto después de leer la página de ayer. Así que queda claro que no hay boda y, lamentablemente, tampoco vacaciones. Cuando menos hay amor, que es lo más importante. Nunca me cansaré de recomendarlo. Ámense los unos a los otros y verán qué pocas ganas les quedan de regalar pistolas.