La sociedad barbanzana ha dejado en un segundo lugar el debate sobre la eutanasia para traer al frente el protagonismo mediático de Ramona Maneiro
18 ene 2005 . Actualizado a las 06:00 h.La supuesta pretensión de reavivar el debate sobre la eutanasia a través de las revelaciones de Ramona Maneiro, amiga del tetrapléjico sonense Ramón Sampedro, al programa de Ana Rosa Quintana, primero, y a un puñado de medios de comunicación, después, ha tenido un efecto bien distinto en el entorno donde ambos fraguaron la muerte más comentada. Ni en Xuño, donde Sampedro vivió postrado más de treinta años; ni en Boiro, donde ingirió el cianuro; ni en A Pobra, donde reside Maneiro; ni en los municipios limítrofes se habla de eutanasia, sino del protagonismo mediático de la mujer que confesó haber facilitado y asistido al suicidio. Es verdad que últimamente no se habla de otra cosa. «¿Vistes onte a Ramona Maneiro?», es la pregunta del primer café de la mañana, pero también de los programas de las emisoras de radio de la comarca. Después de la extemporánea bomba -la prescripción era al quinto año, y no al séptimo, lo que desmonta la tesis de la protección judicial-, en el entorno social barbanzano no sorprendió que Ramona Maneiro confesara haber hecho el preparado venenoso, ni que fuera el propio Sampedro el que la instruyera, porque ya se sabía a ciencia cierta que ese fue el plan trazado. El debate que se originó fue en torno a la cantidad de dinero que habría cobrado por hacerle el «favor» a Ana Rosa Quintana de duplicar la audiencia sobre su competidora, María Teresa Campos, en el regreso de la primera a los ruedos de la telebasura. Como Maneiro aseguró no haber percibido nada, contribuyó a dar un argumento más para la controversia, entre los que aseguraban: «Si non cobra é parva. ¿Non o fan os famosos que están cheos de cartos?»; y los que apuntaban: «¿Como non ía a cobrar? Co espabilada que é». Pero de la causa de Ramón Sampedro, ni una palabra. En la última semana, Ramona Maneiro ha hecho su vida normal, como si no hubiese pasado por los platós de las televisiones, las primeras páginas de los periódicos y radios de toda España. Algunos hasta se sorprenden al verla transitar por la calle o tomando un café en un bar al mismo tiempo que su imagen sale en una televisión en off. A la gente le choca su habitual naturalidad, que no pierda el sentido del humor ni la sonrisa, pero no se acaba de creer que rompiera el silencio a cambio de nada.