Un ratito con Busta

Alberto Mahía ENV. ESPECIAL | SANTIAGO

SOCIEDAD

IAGO VIANA

El cantante pasó el viernes por Santiago como japonés en excursión, que se hace la foto y se va. Impresiona tanto por su aspecto como por su amabilidad

16 jul 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

No sé si a ustedes les importan los zapatos de la gente, pero soy de los que piensa que lo dicen casi todo del que los calza. Las botas de Bustamante parecen espadas samurais, perfectamente lustradas en negro, altos tacones (el dueño mide 163 centímetros), y como el chaval no para hasta parece que la vaca todavía está viva en sus pies. Palabra. Créanme que con esas lanchas hasta podría dormir de pie. Pero a este Eros de la mujer española no se lo imagina uno durmiendo. Vive acelerado. Llegó zumbando al Obradoiro, después de recorrer en coche la N-VI de pitón a rabo, justo para cambiarse y salir a cantar. Al encontrártelo saluda como si te esperase desde el invierno, doblando el espinazo sin parar como si le hubiesen puesto bisagras en el lomo. «Encantado amigo». Es tremendamente amable. Busta vende buen rollo. Lo malo se lo deja a sus asistentes -uno de ellos con brazos que parecen jamones-, que son los que marcan el encuentro, los que te dicen ahora sí, se acabó, las fotos aquí, no más fotos, enséñame el carné de prensa, no estará trucado, ya pasó mucho tiempo, y todo ese tipo de cosas que él nunca se atrevería a decir. Lo que más impresiona de Bustamante cuando uno lo tiene enfrente, aparte de sus dotes físicas apabullantes, es su actitud amistosa. En un momento de confidencia dijo que «el éxito tiene un precio muy alto, que no basta con trabajar sino que hay que sufrir mucho, que hay que escuchar muchas tonterías». Se refiere a todo lo que se ha dicho de él. El escozor de aquellas ofensas le hizo desconfiar de todo. «De todo eso he aprendido», aclara. Ahora se ha enamorado de Paula Echevarría, una actriz que parece una reina mora y dicen que le es fiel, que no es un chico que confunda el éxito con el nomadismo de la ingle. «Soy muy feliz junto a ella», anuncia para tristeza de tantas. Pena que no lo acompañase, porque la chica está como para ponerle un piso. Pero me desvío del tema. Estábamos con lo buen rapaz que es y lo bien que trata a las fans. Generalmente, son chicas de dedos hábiles, capaces de quitarle las herraduras a un caballo al galope, pues en un segundo una de ellas logró birlarle un papel que le asomaba por el bolsillo del pantalón. Esas chicas que pasaron la noche en la plaza del Obradoiro, a la espera de su mito, también le regalan cosas. Una que viajó desde el País Vasco le quiso hacer llegar una carta, que por la cara que puso uno de los asistentes del muchacho mejor suerte tendría la rapaza si metiera el papel en una botella y la lanzara al mar. «No es por quedar bien, te juro que sin ellas no sería ni la mitad de lo que soy», dice Busta. Con afirmaciones tan íntimas, el buen chico arrasa. Llegó a Santiago con su tercer disco recién estrenado ( Caricias al alma ) y ya es disco de metal noble. Si en la plaza se presentó de luto riguroso, al escenario salió hecho un merengue, con ese traje blanco que si se lo pone el periodista lo meten preso. «Cantar en el Obradoiro es lo más emocionante que me ha pasado», dijo.