Stephen Hawking (Oxford, 1942) lleva 42 años viviendo de prestado. Tiempo más que suficiente para convertirse en el físico más conocido del último siglo después de Einstein y en uno de los mayores divulgadores científicos de la historia. Fue en 1963, a los 21 años, cuando le diagnosticaron que tenía esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad degenerativa del sistema nervioso encargado del movimiento muscular voluntario. «Aunque había una nube sobre mi futuro, descubrí para mi sorpresa que estaba disfrutando de la vida en el presente más de lo que lo había hecho antes. Empecé a avanzar en mi investigación», llegó a escribir.
Su vida, por aquel entonces, pendía de un hilo. El pronóstico: una atrofia progresiva que le llevaría a la muerte en dos o tres años. Ahora, Hawking, a sus 66 años, probablemente sea la persona que más ha resistido al designio de la enfermedad, sin que se sepa muy bien cómo ha logrado sobrevivir, aunque su existencia haya sido una carrera de obstáculos. Otro de los más duros fue cuando en 1985, en una visita al Laboratorio Europeo de Física de Partículas (CERN), una pulmonía estuvo a punto de acabar con él. Su primera esposa se resistió a una condena segura y decidió trasladarlo a Londres, pese al consejo de los médicos. Una traqueotomía le salvó la vida, pero se llevó su voz.
Desde entonces, un frío bip-bip lo acompaña cada vez que intenta comunicarse, aunque cada vez le resulta más difícil escoger las palabras. Prácticamente inmovilizado, ahora solo mueve los párpados inclinados en su cabeza ladeada. Un sensor colocado delante de sus gafas capta la dirección de sus ojos sobre una lista de palabras distribuidas en columnas en la pantalla de ordenador que está acoplada a su silla de ruedas. Con los ojos mueve filas y columnas de vocablos para elegir las palabras y las frases. Con cada acción, un bip que luego se traduce en voz a través de un sintetizador. Un esfuerzo enorme, sobre todo si se tiene en cuenta que casi necesita cuatro minutos para elaborar una frase mínima, pero que no le ha impedido seguir en activo.
Sucesor de Newton
Trabaja en la Universidad de Cambridge, donde ocupa la cátedra Lucasiana que antes perteneció a Newton. Y allí fue donde, en colaboración con Roger Penrose, dio sustento a la teoría del Big Bang con su trabajo sobre el espacio-tiempo, y donde, combinando la teoría de la relatividad general con la mecánica cuántica, formuló la teoría de que los agujeros negros pueden emitir radiación, con lo que no son tan negros como se creía, ni tan eternos, ya que pueden evaporarse y desaparecer. O lo que es lo mismo, es posible escapar de un agujero negro. Su trabajo científico le mereció el reconocimiento de sus colegas, pero su afán divulgador, con obras como Una brevísima historia del tiempo , con más de diez millones de libros vendidos, lo han convertido en una celebridad mundial y acaparador de todo tipo de distinciones, incluido el Príncipe de Asturias en 1989. La última, el Premio Fonseca, que el sábado recibirá en Santiago.